Cuando señalamos el cielo, decimos que allí arriba está Dios. En la Navidad celebramos que Dios viene desde abajo, desde la tierra. La cuna para recostar con al Niño se formó con unas ramas y paja, materiales muy rudimentarios, y se apoyó en el suelo. Para verlo, para entrar en comunión con Él, hace falta agacharse.
Está casi a la intemperie abrigado por la respiración de los animales resguardados en la misma cueva.
En la ciudad de Belén transcurría “la vida normal” con sus calles, casas, plazas, posadas y comercios. En lo oculto de la periferia, Dios estaba obrando la maravilla de la comunión y salvación.
Lejos de allí, en el palacio, habitan los poderosos, los que toman las decisiones importantes que otros deben cumplimentar. Pero el cambio decisivo de la historia está viniendo de las entrañas de una joven mujer pariendo vida. María discípula y madre.
Dios elige el camino de la pequeñez y manifestarse a los pequeños, los que no cuentan. Entre ellos estaban los pastores; los que viven de su trabajo día a día y noche a noche. Humildes y esforzados trabajadores que no tienen “la vida hecha”. El 6 de enero en el pesebre sumaremos a los sabios que vienen de lejos, a los que identificamos como reyes magos. Encuentro de comunión de ricos y pobres en torno al Niño Dios.
El Niño es Maestro. La cuna es su estrado y la cueva, un aula. El pesebre es una escuela de vida. Nos enseña la revolución de la ternura. Nos muestra cómo recorrer el camino que nos lleva a lo importante de la vida.
Sus enseñanzas no son teorizaciones abstractas, sino clases prácticas de abrazo, caricia y ternura. Y en esta tarea debemos perseverar.
Para ingresar a esta escuela hace falta alejarnos de la terquedad, la violencia, el desprecio. Hace falta abandonar la indiferencia, el narcisismo autorreferencial, la búsqueda de la apariencia que tanto nos seduce.
Para besar al Niño no lo acaricies en representaciones de yeso, madera o papel. Buscalo donde Él quiere ser abrazado: en la carne de los pobres y excluidos.
Queda derrumbado el principio engañoso que causa perdición: “tanto tienes, tanto vales”. Sabemos que es una gran mentira, pero le seguimos dando crédito. Una parte importante de la sociedad sigue descartando a quienes tienen poco.
La tarea que nos da es insistir y perseverar en la ternura.
Dios viene en el silencio de la noche. Hay que estar atentos. El pesebre es quietud, pero para llegar a Belén fue necesario el Sí de María, el Sí de José, y ambos ponerse en marcha y recorrer largos caminos. También los tres sabios de Oriente se pusieron en camino siguiendo una estrella. Los pastores fueron presurosos a contemplar lo que Dios les tenía preparados. Vos y yo tenemos que salir al encuentro del Niño.
¡¡¡Cuánto necesitamos del consuelo y la paz!!! En estos tiempos la esperanza está cuestionada y amenazada. En los momentos complicados y difíciles renovemos la confianza en la obra de Dios. Acojamos nuevamente la enseñanza de San Pablo: “los dones y el llamado de Dios son irrevocables” (Rm 11, 29).
Te comparto unos versos de una oración dirigida al Niño Dios, que nos viene muy bien rezarla en la Navidad.
¡¡¡Cuántas cosas/ te tendría que pedir esta noche!!!
Señor, yo te pido por mí mismo, / una cosa fundamental:/ que me hagas fiel, / que no me canse nunca/ de pronunciar tu nombre. / Y caminar con mi pueblo, / ayudándole a que todos pechemos juntos.
Beato Enrique Angelelli, Misa de Nochebuena, La Rioja, 1971
No estamos solos.
Nos tenemos unos a otros, lo tenemos al Niño.
Pechemos juntos.
¡¡¡Feliz Navidad!!!