Terremoto de 1944

Con 90 años, el desastre del terremoto no lo olvida: "no sabíamos que se había caído medio San Juan"

Memoria viviente del episodio más doloroso que vivió San Juan, cuenta cómo fueron esos días trágicos para su familia y cómo su padre, jefe del correo, cumplía con un trabajo esencial entre los escombros de una ciudad en ruinas.
viernes, 15 de enero de 2021 00:00
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“San Juan ha cambiado mucho, la ciudad que ahora tenemos no era así antes”, dice Margarita Olvera a sus 90 años. En su piel se refleja todos esos años vividos y en sus ojos aún se conservan los recuerdos de esas postales que nunca olvidará: las del 15 de enero de 1944.

De madre española y de padre oriundo de Valle Fértil, doña Olivera es la tercera de siete hermanos, de los cuales solo viven tres. Se casó, tuvo 2 hijos, Elena y Orlando Romero. Fue costurera y actualmente vive en Villa Krause. Con profunda añoranza recuerda aquellos días en que todo era diferente, el trabajo de su padre como jefe del correo, los juegos con los hermanos y “aquel lugar” donde nació ella y también sus hermanos, su casa. 

La Sociedad Argentina de Trabajadores del Correo quedaba a 50 metros de su casa, por calle Lavalle. Allí la encontró aquel 15 de enero de 1944, pasadas las 9 de la noche, cuando tenía apenas 13 años de edad. “Yo no estaba en casa, era día sábado, teníamos reuniones los sábados porque iban a inaugurar una escuela de labores”, trae a la memoria Margarita y luego describe: “ese día no nos dimos cuenta, solo vimos tierra de todas las casas que se habían caído en la calle Jujuy. Al lado había una bodega donde se cayó un tapial. Creímos que era viento, nunca pensamos que era un terremoto. No sabíamos que se había caído medio San Juan".

Al momento del terremoto, ella se encontraba con su mamá y con su hermana mayor. La desesperación las llevó hasta su casa donde se encontraban 2 de sus hermanos con una nena proveniente de Mendoza que ellos cuidaban. 

“Estaban sentados en la puerta de la casa. En la entrada teníamos la luz de la calle y siempre en las casas se hacían uno adornos gigantes para poner los faroles, era un balconcito”, destaca Margarita trayendo a la memoria que aquel día se le cayó la cornisa en la pierna a su hermano menor y pudo salir adelante gracias al mayor que lo ayudó. “Fue un machucón nomas”, aclara.

Su padre se encontraba con su hermana donde vivía una tía, hermana de su madre en Trinidad. “Habían ido a visitarlos, cuando salieron de la casa llegando a la esquina Mendoza sucedió el terremoto. Un bar que había en la esquina se cayó lleno de gente. Mi hermana quedo muy mal de los nervios, no sabían dónde pisar para llegar a la calle Lavalle porque se cayeron muchas casas”, agrega.

Lejos de ahí el correo, donde trabajaba su papa, se vino abajo: “era una casa vieja en calle Rivadavia y Jujuy, se cayó con gente adentro y la sacaron. Ellos golpeaban los escombros y pudieron saber que había una persona ahí”. 

Luego del terror, solo quedó la desolación, Margarita junto a su hermana se fueron a Mendoza al cuidado de una amiga de su madre, aunque no fue mucho el tiempo, el 11 de febrero pudieron volver. “A muchos trabajadores del centro de correo como mi papá les daban una casilla. Nosotros recibimos 2, porque éramos muchos, en la quinta agronómica donde hicieron un barrio que nos tocó a nosotros”, recuerda. 

Largas se hacían las distancias con las casas completas desparramadas en la calle. “Nosotros íbamos desde la escuela de Enología, que antes era un campo, hasta la casa de mi abuela que no se le cayó la casa, en Lavalle pasando Brasil a buscar el pan que mi mamá amasaba y llevábamos de nuevo para allá. Teníamos que ir por que los militares nos daban carne y había que ir a buscarla porque no había donde comprar. Y todo era a pie”, cuenta memoriosa.

En ese escenario lapidario la comunicación era crucial y era su padre quien lo debía garantizar: “era jefe del correo, mi hermano era mensajero, no podían dejar sus trabajos, ni retirarse. Lo venía a buscar la policía para ir a diferentes lados. Él cuidaba los buzones porque mucha gente mala echaba fósforos y quemaba”. 

Y al igual que sus hijas tuvo que sortear los obstáculos de una provincia enterrada para poder cumplir con su trabajo. “Mis 2 hermanos mayores llevaban a mi papá a trabajar porque no había en qué andar. Los micros andaban poco y mucho menos después del terremoto porque no había calles”, subraya. 

En medio de esa emergencia, tuvieron que abrir la diagonal Don Bosco para pasar las ambulancias con los accidentados que aún no estaba terminada. “El fondo de nuestra casa daba a la diagonal, no se podía descansar por que llegaban las ambulancias con la cantidad de ambulancias que iban y venían”, recuerda.

A 77 años de aquel trágico episodio, Margarita hoy representa, un verdadero tesoro e historia viviente del histórico sismo que azotó a San Juan. Reconoce que muchas cosas han cambiado desde entonces: “éramos muy unidos los vecinos, cuando se enfermaba uno lo cuidábamos todos”. 

Aunque sea una mujer de experiencia, también se permite dudar, “quizá uno es así”, dice. Sin embargo, el tiempo presente también tiene magia y siente bendecida por que la familia se le agranda, “acá donde vivo yo, soy la abuela de todos los niños que vienen”, sonríe agradecida. 
 

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