Historias de cuarentena

“Rinconcito de luz”, el merendero que trabaja para aliviar los efectos de la pandemia

En Villa Observatorio, en el departamento Chimbas, un grupo de amigas se reúne dos veces por semana a entregar leche a más de 170 chicos. En los próximos días, sus “niños” recibirán zapatillas nuevas por un inédito fallo de Flagrancia a 48 personas que violaron la cuarentena.
domingo, 5 de julio de 2020 00:00
domingo, 5 de julio de 2020 00:00

A las 15 hs., Pamela Arredondo abrió la puerta para recibir a sus amigas. Las de toda la vida, con las que se crió y que abrazaron con amor su proyecto: el merendero “Rinconcito de luz”. Es jueves y en su casa de Villa Observatorio, en Chimbas, cuelga una bandera que lo identifica y muestra un dibujo de niños. La vereda limpia y regada anuncia lo que más de 160 vecinitos esperan: desde las 17 hs. la merienda comenzará a repartirse.

Trabajan desde febrero, cuando nadie imaginaba siquiera la pandemia que se iba a enfrentar y por eso, mirando atrás, parece que han pasado más que un puñado de meses. En el arranque, Pamela, con el apoyo de su mamá y sus hermanas, sirvió la primera merienda. Hacía calor, había caritas que tímidamente se asomaron para recibir su taza de leche y poco a poco fue comprobando aquello que la motivó a seguir: la necesidad de alimentar cuerpos y corazones.

“El ayudar me nace; nos nace. Nos hemos criado ayudándonos entre nosotros. Acá nos conocemos de toda la vida. Las llamé a mis amigas para seguir en esto juntas y aquí están. No me han fallado nunca. Es un compromiso de corazón”, dice Pamela a Diario La Provincia SJ.

Pamela se emociona al hablar de sus niños del merendero y lo duro de la cuarentena.

La emoción le gana en varias partes de la entrevista y la delatan sus ojos que se le llenan de lágrimas. “Es una bendición que los chicos vayan a recibir zapatillas nuevas. Van a tener algo nuevo para ellos. Nosotras vamos consiguiendo donaciones de ropa, nos dividimos para llevar a nuestras casas y la lavamos, cosemos y arreglamos, si hace falta. Hacemos todo lo que podemos y les seleccionamos lo mejor”, expresa en referencia a la donación de 188 pares de zapatillas y de medias que recibirán en los próximos días, como parte de una condena de Flagrancia. Se trató de un proceso inédito ya que se juzgó a la vez a 48 personas que participaron de una fiesta, violando la cuarentena obligatoria.

Pamela recuerda además que al enterarse de la donación “tenía ganas de llorar, salir a gritar y de ir a abrazar a las chicas. Fue algo muy inesperado y estamos muy sorprendidas”.

De repente, ya son las 17 hs. y Pamela envía un mensaje al grupo de WhatsApp que tiene con las mamás del merendero. Ya está lista la leche para que la busquen. Todas se ponen en acción de nuevo. Entonces, la prolija e impecable cocina de la casa familiar se convierte en un “centro de operaciones” lleno de detalles. Por supuesto, no faltan las cofias en sus cabezas, los guantes descartables (previo colocarse alcohol en gel) y los barbijos. Los delantales, lucen impecables, cubriéndolas ante la maniobra de cargar recipientes. Aprendieron a trabajar con estas normas de higiene desde la pandemia. Es más, es exigencia que los chicos que vayan a retirar la merienda lleven barbijo.

En una mesa, disponen alfajores y en una caja, aguardan las tortitas. Cerca, una carpeta prolijamente forrada guarda las planillas con la lista de los chicos que vendrán. Es que si falta alguno, ellas irán a llevarle el alimento. “Es lo que hacemos, también, con una vecina con varios hijos que se mudó. Se ha ido lejos pero le llevamos la leche”, dice María Orellano.

De a poco, la estrecha calle sobre la que da el merendero se empieza a copar de chicos. Los más pequeños llevan primero. En grupos de 3 o 4 se asoman a la puerta. Pamela y sus amigas, a esta altura, “sus manos derechas”, los saludan y les reciben desde botellas plásticas a jarras. Algunos portan bolsitas para llevarse las tortitas y otros, tuppers de todos los colores y tamaños.

“Para dos, por favor”, dice uno de los ellos que se pone colorado al ver al fotógrafo de este diario. Las nenas, más curiosas, sonríen para la cámara. “¡Qué rico, alfajor! Compartamos y le llevamos al Gus”, dicen otras. “¿Están atendidos?”, acota María. Es que, ante todo, saben que no puede haber aglomeraciones por las disposiciones de la cuarentena. Por eso, la entrega es rápida pero amorosa. “Vayan por la orilla, con cuidado”, les encarga.

En el interior del comedor de Pamela, todo es movimiento. Llenado de jarras, embolsado de semitas y anotación en las planillas. Pronto, la olla de 16 litros que contiene la leche se volverá a recargar tres veces. Se preocupan porque el alimento tenga la temperatura justa para consumirla en breve tiempo. Otro gesto de cariño, sin duda, ante la falta del beso en la frente para sus niños que está suspendido por la pandemia.

Un inicio prometedor y el cachetazo de realidad

La pandemia intentó apagar el “Rinconcito de Luz”. La fuerza del amor lo impidió. Es que los inicios marcaban otro panorama e incluso, a Pamela le costó que los chicos asistieran.

“Arrancamos en esta galería”, dice señalando un espacio semicubierto del frente de la casa. “Venían muy poquitos. No se animaban. Y mi mamá me propuso: “además de darles la leche, tendrías que entregarles un regalito. Así vendrán más”. Ella empezó a comprarlos, después yo y los sorteábamos. Entonces, al día siguiente los mismos chicos venían y con ellos, otros más. Me preguntaban si íbamos a jugar y les respondía que por supuesto que sí” recuerda.

En sólo un mes, todo cambió. “Nos agarró la pandemia y tuvimos que modificar varias cosas para que ellos pudieran venir. Ahora tenemos 170 chicos y por familia, hay de 3 a 5 niños. Contamos desde bebés a chicos de 15 años”.

La pandemia las obligó a parar tres semanas. Lo más doloroso que les tocó y que todavía, las conmueve. “No teníamos mercadería y nos sabíamos cómo teníamos que seguir con la cuarentena. Me contacté con una chica de una Asociación y me dijo que nos podía ayudar con parte de la mercadería. Entonces, volvimos”, expresa Pamela.

Es que en esos días, empezaron a ver la cara cruda de la pandemia. “Venían constantemente a preguntarme y les tenía que decir que no porque no teníamos nada. Fue con todo el dolor del mundo. Era muy difícil repetirles “no hay, no hay, no hay”.

Cuando retomaron, lo que tenían no les alcanzaba para todos. Entonces, tuvieron que buscarle la vuelta. “Hicimos un censo entre los chicos para poder saber quiénes tenían necesidades más urgentes. Al volver, pudimos entregar la merienda tres veces a la semana pero después, para no quedarnos tan rápido sin mercadería tuvimos que bajar a dos. Recurrimos a rifas para juntar fondos y cada una puso lo que pudo, de su bolsillo, para comprar”.

Marisol Chicala, hace un pequeño alto en la rutina del merendero y  agrega: “hay chicos que no desayunan ni almuerzan, solo cenan. Les dan la leche de acá para merienda, sólo cuando la servimos. Algunas mamás nos dicen que a sus hijos antes no les gustaba la leche pero ahora les encanta. Que solo toman la que les preparamos. En febrero y en marzo, muchos niños han venido descalzos. Entonces nos propusimos juntar ropa y calzado”.

En el boca a boca de su labor, ya que tienen el único merendero de la extensa Villa Observatorio, aparecieron sus “ángeles” que las ayudan. “La asociación de un club de cerámica, de acá cerca, nos va donando leche y azúcar. Nos colaboran bastante e incluso uno de ellos, tiene una panadería y nos regala tortitas. Y hay otro chico, que sólo sabemos que se llama Fabián, que tiene una panadería en Chimbas y también nos manda tortitas. A veces las recibimos cuando no nos toca el merendero pero las freezamos y así las mantenemos frescas. Todo es bienvenido”.

Aunque les cuesta tener lo material que necesitan, a las mamás de “Rinconcito de Luz” les sobra compromiso. De alguna manera u otra, la solidaridad le va ganando al cachetazo de la pandemia. “Las mamás son agradecidas, están contentas y nos mandan bendiciones a todas. Les encanta la leche que les hacemos. No puedo dejar de estar emocionada. Lo que espero, tras lo bravo de la cuarentena, es volver a dar merienda tres veces por semana porque vienen chicos nuevos a anotarse y no damos abasto. Tengo que ser sincera con ellos: a veces tengo para servirles y a veces, no. No los puedo anotar porque no sé si la próxima vez que vengan les voy a poder dar. Nos hemos comprometido con 160 chicos pero quiero darles la leche a todos los que quieran sin decir nunca más: “no tengo”.

El dato

Pamela trabaja junto a Marisol Chicala, Agustina Vega, Natalia Quintero, María Orellano, Noelia Cortez, Noelia Tobares y Melisa Ponce. Para colaborar con ellas, se pueden comunicar al 264- 5323011.-  

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