Guardar palabras en el corazón

El nacimiento de Jesús es la expresión de la confianza de Dios en el hombre y fundamento de la esperanza del hombre en Dios. Si queremos ser como Él, no podemos situarnos por encima de los demás, sino que hemos de ponernos a su servicio, ser solidarios.
domingo, 22 de diciembre de 2013 01:39
domingo, 22 de diciembre de 2013 01:39

 Por: Ivan Grgic

San Ambrosio explica que los pastores enseñaron a María en la cueva de Belén cuando fueron a visitar a su Hijo recién nacido y que ella "guardaba todas estas palabras en su corazón”, como agrega el texto bíblico. Parece que María tenía esa sana costumbre de la memoria, una práctica que se aplica para rezar los textos bíblicos memorizados, se aplica en la psicología semántica y episódica por la capacidad de "recordar” (poner en el corazón nuevamente) hechos y sentidos de la propia vida, y en la psicología social que explica la identidad de cada nación.


La memoria para rezar es una práctica antiquísima en varias religiones y culturas. En la tradición judeo-cristiana se la llama "lectio divina” o lectura de Dios. En esta práctica se lee muchas veces un breve texto de la Palabra sagrada y se madura como hace la tierra con la semilla sembrada hasta que esa tierra y semilla son algo nuevo: una única planta que contiene las virtudes de ambas. En la oración, luego de la repetición memorizante, el creyente deja que las palabras nuevas broten de su alma para hablar con Dios, respondiendo a lo que escuchó de Él en el unísono de su historia personal. Así, la oración se hace signo y expresión de la memoria, bendiciendo al creyente en los pasos que continúan.

El enfoque de la psicología explica como las personas viven con la base de los recuerdos para construir en el presente y futuro. Es un proceso de ir al interior y mirar todos los sucesos y episodios, favorables y desfavorables, para volverlos semilla. Pero no como una simple sucesión o yuxtaposición de contingencias, sino como un todo donde el sujeto se hace conciente de sí, se asume como ser histórico y en proceso, con sus responsabilidades y protagonismos sin culpabilidad. Las lágrimas suelen ser un signo y expresión de esa memoria, tanto las que provienen del dolor del sufrimiento como de la conmoción de la alegría, liberando todo para seguir haciéndose.

También la memoria social se presenta como un continuo de cada cultura "que retiene del pasado lo que aun está vivo o es capaz de vivir en la conciencia del grupo que la mantiene” (Halbwachs). Se construye con actos individuales y grupales, evaluaciones históricas, revisiones ideológicas y constantes alertas proféticos para evitar el olvido. Los emergentes sociales, los conflictos espontáneos, así como los festejos sin "transporte organizado” ni intenciones políticas son alguno de los signos y expresiones de la memoria social. Cuando se vive completa e integrada en un pueblo, le da identidad como nación, crea lazos y augura futuro promisorio con la pluralidad de los protagonistas de esa historia.

Frente a esto se entiende el peligro de memorias parciales. Si el creyente se escucha a sí mismo, o una persona se construye un archivo íntimo a medida, o la memoria social pretende seleccionar hechos particulares de tal manera que se impongan como significativos para todos, la rebeldía interior queda declarada. La memoria social que olvida o el poderoso que impone solo algunos hechos como significativos, originan simultáneamente una resistencia social que quiere completar lo sucedido, integrar los acontecimientos que faltan en un integralidad de significados. Lo mismo sucede con lo reprimido que brota en la persona o el mismo Dios que busca hablar aunque no se lo permita.

La memoria actualiza y renueva el sentido del ser a través de los ritos: "son necesarios”, diría el Principito. En la persona creyente, la oración y sus modos comunitarios son vehículos de la memoria. En toda mujer y varón, sus festejos en fechas memorables, sus duelos, sus reuniones periódicas de amigos, sus comidas en familia, sus gestos conocidos en la intimidad son hitos permanentes del rehacer interior, para reconstruirse permanentemente en el "nosotros”. En todo pueblo, sus instancias democráticas, su reflexión totalmente plural, su alabanza de las virtudes de honestidad y entrega en fechas patrias, sus verdaderos logros legislativos y judiciales, o la vivencia plena de derechos y responsabilidades sin lesiones del otro, son pequeños-grandes instancias rituales que nada tienen que ver con bombos, cantos y banderas políticas, sino con la memoria completa e integrada que construye la república en una nación.

Y existen ritos que unifican persona, fe y nación. La Navidad es uno de ellos, tal vez el mayor en todos los lugares del mundo, que se detienen ante este acontecimiento. Allí cada ser humano reconoce un momento de vibración intimísima que unifica todas las navidades vividas, con innumerables alegrías y dolores. Allí cada pueblo con su memoria se detiene como el peregrino en el oasis, sabiendo que es vida y que posee la virtud de dar contenido, luz y paz a todos los vericuetos de su memoria.

Allí cada creyente se sabe iluminado en su oscuridad y desamparo por el Salvador que, envuelto en pañales, abre sus brazos para contagiar su amor divino y humano, eterno e histórico. Como dijo Francisco en hace unos días: "El nacimiento de Jesús es la expresión de la confianza de Dios en el hombre y fundamento de la esperanza del hombre en Dios. Si queremos ser como Él, no podemos situarnos por encima de los demás, sino que hemos de ponernos a su servicio, ser solidarios”.

¡Feliz Nacimiento de Jesús!

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