Nuevas solidaridades

Las solidaridades, en fin, son manos: las que sostienen al bebé al nacer o lo levantan cuando ha caído, las que le dan de comer o lo saludan cuando se va de casa siendo grande, las que se agarran para jugar a la ronda de la batata o las que comparten la responsabilidad de una máquina o un expediente de alguien.
domingo, 27 de octubre de 2013 08:14
domingo, 27 de octubre de 2013 08:14

 Por Ivan Grgic

La historia nos muestra que las ideas filosóficas se plasman un tiempo después en realizaciones concretas. Desde los escritos de Nicolás Maquiavelo a los príncipes del S. XVI y SVII, de F. Nietzche a Hitler, de Marx a Lenin, muchos autores han ofrecido conceptos para darle posterior orientación a una época y lugar.


Cuando Charles Chaplin presentaba "Tiempos Modernos” en 1936 no solo visibilizaba la situación de los obreros en clave de la crisis norteamericana de los 30’, sino que ponía en consideración aquello que devenía de la industrialización en un sistema de cadena de montaje. La sociedad era un sistema "solidario” que exigía a cada uno dar lo propio para una estabilidad conservadora del sistema. Obviamente esa mirada, presentada por el sociólogo Durkheim a principios del S. XX, pretendía mantener el status quo de poderosos y obreros, impidiendo cualquier cambio social en honor a esa concepción de solidaridad.

Las guerras y calamidades que han seguido el tránsito del siglo pasado han originado otro concepto de solidaridad, basado en la caridad: cada uno da lo que le sobra al que no lo tiene. Los pensadores cristianos de la actual Turquía pero en el S. III insistían en que todo lo sobrante en una mano era faltante en otra. Por eso, no la llamaban solidaridad, porque era más un acto de justicia que debía realizar el que tenía más, como fruto de un examen de conciencia y una decisión de compromiso. Luego se sumó la convicción que dar lo que sobra no era una solidaridad aceptable como tal: ésta es dar lo propio. La Madre Teresa de Calcuta ofreció con su ejemplo conceptos básicos del "dar hasta que duela” con el paradigma del Buen Samaritano del Evangelio, entregando lo valioso de sí misma para quien no tenía nada, sea el tiempo, la dedicación, la ternura o la sonrisa.

Los neoliberalismos e individualismos del siglo actual, mezclados con la permanente intercomunicación y apropiación de sentimientos y necesidades del otro, ponen a las personas en una "maroma” que sube y baja entre grandes gestos y grandes bajezas, entregas plenas y narcisismos incomprensibles, actos comunitarios plausibles y encerramientos en la caparazón de la propia vida. La dinámica del nuevo siglo origina también nuevas solidaridades con criterios que se van definiendo lentamente.

Un elemento es la relación "yo-tú” que el filósofo Martin Buber presentaba hace casi 100 años. Cada persona es un diálogo en el que la propia identidad se construye junto al otro, en comunicación con el otro, en contacto personal con el otro. Todo es personal pero no encerrado, todo es comunitario pero no masificado. ¿Se puede imaginar un adolescente a si mismo sin twittear? ¿Alguien ha visto a una chica actual arreglar una salida fuera del facebook? ¿Para ellos el teléfono fijo sirve para algo más que para traer la señal de internet y poder estar conectado on-line de modo permanente?

Otro ejemplo se da en las empresas, que desde hace un tiempo plantean su renovación para la competitividad no sólo con calidad, diferenciación y rentabilidad de sus cadenas productivas, sino con sinergia, gestión de conocimiento, equipos de trabajo, capacitaciones con juegos de cambio de roles, etc. Es la solidaridad nueva, superadora de los modelos fordistas, que implica la vida de la empresa en la del empleado, y de cada persona en la vida de la empresa. Surgen así "empresas familiarmente responsables” de las que previamente decidieron ser "socialmente responsables”, a modo de una ciudadanía corporativa de alguien (la empresa) en medio de vecinos con quienes comparte desafíos comunes y complementariedad de talentos y necesidades.

Las elecciones también son un momento solidario, en el que nos redescubrimos "miembros” (mejor que "parte”) de una comunidad que cultivamos (mejor que "construimos”) lentamente, en medio de primaveras e inviernos, de cosechas y de podas, de soles y heladas, cuyo desarrollo no tiene que ver tanto con un crecimiento sostenido propio de un optimismo mentiroso y mesiánico, sino con una vida de muchas vidas, con protagonistas epocales conocidos y nuevos, con sueños que se transforman en desafíos cuando nos parece que, aunque "locos”, son realizables.

Las solidaridades, en fin, son manos: las que sostienen al bebé al nacer o lo levantan cuando ha caído, las que le dan de comer o lo saludan cuando se va de casa siendo grande, las que se agarran para jugar a la ronda de la batata o para levantar a un compañero en el césped del fútbol de los amigos, las que comparten la responsabilidad de una máquina o un expediente de alguien o la evaluación escrita de un alumno, las que cuidan al enfermo o pagan el impuesto, las que ensobran el voto o comparten dinero al que pide, las que comprenden que nada se es en la soledad de la masa ni del individualismo, manos que dejan atrás los verbos "tengo” o "doy” por "soy-junto-al otro”. Las manos son la solidaridad de cada día, las que nos hacen humanos compartiendo lo que somos para que otros sean. Y nosotros también.

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