Si nos reconocemos en marcha sabemos que para no tropezar tenemos que ver bien el camino, es imprescindible andar de día, o con iluminación confiable en la noche. Quienes reconocemos la condición peregrina de la vida, aceptamos como parte de la existencia la posibilidad de los tropezones y la caída; esa es la oportunidad de dar cabida a la ternura.
Jesús se nos presenta como el Buen Pastor que nos guía con su presencia, su Palabra que ilumina incluso en los momentos de mayor oscuridad. Y no nos abandona en las caídas, sino que nos abraza con ternura y nos carga para llevarnos nuevamente al redil.
Cada año, el cuarto domingo de Pascua lo llamamos del “Buen Pastor”, y en todo el mundo rezamos de modo especial por las vocaciones a la vida sacerdotal, religiosa y misionera.
Nos dice Francisco en su Mensaje —que este año lleva por título “Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz”— que somos invitados a considerar “el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, su pueblo fiel en camino, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida (…). Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive”.
Todos en el bautismo somos llamados a formar parte de la familia de los hijos de Dios, recibiendo el Espíritu Santo. Fieles laicos de diversas vocaciones y servicios en el mundo y en la Iglesia. Pero este fin de semana centramos la mirada “en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran. Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios”.
Ellos nos acompañan en el camino para no perder el rumbo hacia la meta que queremos alcanzar. Una meta que tenemos grabada en la mente —porque hemos discernido y meditado—, y grabada en el corazón —porque nos atrae el amor del Padre—. Implica “deshacerse de cargas inútiles, llevar consigo lo esencial y luchar cada día para que el cansancio, el miedo, la incertidumbre y las tinieblas no obstaculicen el camino iniciado. De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, abren siempre ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos”.
Nos recuerda Francisco que “somos peregrinos porque hemos sido llamados. Llamados a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros. Así, nuestro caminar en esta tierra nunca se resuelve en un cansarse sin sentido o en un vagar sin rumbo; por el contrario, cada día, respondiendo a nuestra llamada, intentamos dar los pasos posibles hacia un mundo nuevo, donde se viva en paz, con justicia y amor. Somos peregrinos de esperanza porque tendemos hacia un futuro mejor y nos comprometemos en construirlo a lo largo del camino”.
Las guerras, la violencia, el individualismo, el peligro de daños irreversibles al planeta, son tan fuertes que pareciera que hablar de esperanza fuera una locura. No debemos dejarnos vencer por el desaliento; la experiencia de la resurrección de Jesús nos muestra dónde está la última palabra de la historia. “Ser peregrinos de esperanza y constructores de paz significa, entonces, fundar la propia existencia en la roca de la resurrección de Cristo, sabiendo que cada compromiso contraído, en la vocación que hemos abrazado y llevamos adelante, no cae en saco roto.”
Concluye el Papa su Mensaje con un desafío provocador: “Apasionémonos por la vida y comprometámonos en el cuidado amoroso de aquellos que están a nuestro lado y del ambiente donde vivimos. Se los repito: ¡tengan la valentía de involucrarse!”.
La semana pasada los obispos argentinos estuvimos reunidos en Pilar, en la provincia de Buenos Aires, para hablar de cómo estamos en nuestras diócesis y de varios temas más. Al finalizar emitimos un mensaje del que te quiero compartir unos párrafos:
“Son tiempos complejos, por momentos contradictorios, en los que conviven una esperanza y paciencia honda de nuestro pueblo, que habla de su grandeza de corazón, con una incertidumbre y una creciente vulnerabilidad de las personas. (…)
”Amar a los demás… un amor con gestos, porque nuestros gestos son el modo de demostrarle a nuestro pueblo que entendemos su dolor. Advertir sus heridas y vivirlas en proximidad y cercanía. Tomar partido por los más frágiles, defender su dignidad, implicarnos personalmente en sus gozos y esperanzas, en sus sufrimientos y problemas”.
Te dejo el link al documento completo, te invito a que lo leas: https://episcopado.org/ver/4173
Las colectas que realizamos en las misas este fin de semana son dedicadas al sostenimiento económico del Seminario. Te pido generosidad.