“¿Cómo andás?” puede llegar a ser una pregunta incómoda, sin una respuesta inmediata. Incluso si alguien dice “vivo al día” puede significar una situación económica coyuntural o instalada. También puede expresar carecer de certezas para el mañana.
Los sueños ocupan un lugar importante en la vida de las personas. Podemos decir que cuanto más elevados los sueños, más lejanos son los horizontes, y a la vez más exigentes y apasionantes.
No tener sueños, o verlos sistemáticamente postergados, nos sumerge en decepción y angustia existencial. Nos invade la sensación de andar sin rumbo y sin sentido. La ausencia de sueños e ideales puede darse por una condición de pobreza prolongada, como quienes se encuentran en un tobogán en continuo descenso. También puede haber falta de motivaciones trascendentes, o vegetar en un consumismo que nos lleva al vacío interior.
El Evangelio (Mt 1, 18-25) nos dice que Dios habló durante el sueño a San José. En la Biblia en varias oportunidades se hace referencia a este camino que Él usa para comunicarse. El Papa también nos invita con frecuencia a soñar en un mundo nuevo, como primer paso para darnos a su construcción.
Vivimos en un tiempo competitivo en el cual se valora a los más fuertes y a los ganadores; las apariencias ocupan el primer lugar aunque todos sabemos que engañan. Por el contrario, son dejados de lado los más débiles y vulnerables. Cuesta promover actitudes que logren una sociedad en la cual haya espacio para todas las personas, respetando su edad y condición. ¡Cómo luchan y trabajan hombres y mujeres que se organizan para asistir a quienes tienen capacidades diferentes o disminuidas! ¡Cuánto dolor ante la exclusión de migrantes, adictos, personas de diversidad sexual! ¡Cuánta naturalización de la pobreza!
La grave crisis económica y social que estamos atravesando ha incrementado la angustia en numerosos hogares. Cada vez se deteriora más la alimentación de los niños y ancianos, los más duramente golpeados.
La Navidad, ¿puede aportar algo nuevo? No podemos mirar para otro lado ante el impacto de la crisis sobre tantas familias. El panorama es particularmente devastador. A muchos de ellos se los ignora e invisibiliza, es como si no existieran. Viven hacinados en condiciones muy precarias, expuestos a diversas formas de esclavitud. Migrantes, adictos, excluidos… El nacimiento de Jesús nos hace buscarlo entre ellos, en las periferias, en tanta vida rota.
Cómo no poner en el pesebre junto al niño las situaciones de guerra en diversos lugares del mundo.
La entrada del Mesías en la historia de los hombres no pudo haber sido más desconcertante. Nos cuenta el Evangelio que al recién nacido lo envolvieron en pañales. Eso es signo de la máxima fragilidad; de un bebé que debe ser atendido, protegido y ayudado. Y curiosamente este será el signo que tendrán los pastores para reconocer el Niño: ni más ni menos que ¡un signo de fragilidad! En la noche de Belén la fragilidad es abrazada y cuidada con ternura.
Y aquí estamos nosotros. Para muchos la pandemia significó vivir situaciones complejas de dolor, de heridas que no cierran. Si algo hemos aprendido es que “no somos omnipotentes”. Insistentemente nos decimos que “estamos todos en la misma barca”, y justamente por eso sabemos que “nadie se salva solo”, ni a sí mismo ni aislado de los demás. Sin embargo, cuesta aprender la lección.
La Navidad es un tiempo para soñar en nuestras fragilidades tratadas con ternura.
La Navidad es un tiempo para transformar nuestras vidas, nuestras mesas, nuestros entornos en pesebres que sepan abrigar.
La Navidad soñada por Dios no es un acontecimiento naïf, sino atravesada por el realismo de la debilidad.
Y quisiera compartir un pedacito del mensaje navideño del Papa Francisco a los sacerdotes, obispos y cardenales que trabajan con él “timoneando” la barca de la Iglesia universal:
“Escuchar, discernir, caminar: tres verbos para nuestro camino de fe y para el servicio que realizamos aquí en la Curia. Quisiera transmitírselos a través de algunos de los protagonistas de la Navidad. (…) María, que nos recuerda la escucha. (…) Vivir el discernimiento como método de nuestro actuar. Y aquí podemos referirnos a Juan el Bautista. (…) Y ahora la tercera palabra: caminar. Y aquí el pensamiento se dirige naturalmente a los Magos. (…) Hace falta valor para caminar, para avanzar más allá. Es una cuestión de amor. Hace falta valor para amar. Me gusta recordar la reflexión de un celoso sacerdote sobre este tema, que también puede ayudarnos en nuestro trabajo en la Curia. Dice que es difícil volver a encender las brasas bajo las cenizas de la Iglesia. La dificultad, hoy, consiste en transmitir la pasión a quienes hace tiempo la perdieron. Sesenta años después del Concilio, seguimos debatiendo sobre la división entre ‘progresistas’ y ‘conservadores’, pero esta no es la diferencia: la verdadera y principal diferencia está entre ‘enamorados’ y ‘acostumbrados’. Esta es la diferencia. Y sólo los que aman pueden caminar”.