Historias

Darío, el sanjuanino que vivía en la calle y la pandemia lo convirtió en encargado de hoteles

El joven vivió momentos difíciles cuando recién comenzaba la cuarentena en San Juan, pero las vueltas de la vida le dieron una segunda oportunidad. A tres meses, administra tres hoteles con repatriados.
martes, 14 de julio de 2020 00:00
martes, 14 de julio de 2020 00:00

Los golpes de la vida a veces suelen ser fuertes, pero está en quien los recibe saber aprovecharlos para convertirlos en victorias. Así lo hizo Darío De Guevara, el joven sanjuanino que al comienzo de la cuarentena transitaba un difícil momento económico que lo llevó a quedarse en la calle y soportar noches crudas.

En sus recuerdos quedarán grabadas las heladas y garúas que sintió sobre su cuerpo, durante cinco noches que durmió detrás de algún edificio en el centro sanjuanino. Sin embargo, a tres meses de aquel momento, la vida le da una segunda oportunidad, según aseguran, gracias a su buen compromiso y responsabilidad.

Darío se convirtió en el encargado de tres hoteles donde pasó 14 días de cuarentena antes de que lo ubiquen en refugios del Estado, lugares a donde nunca llegó a ir gracias a que se quedó viviendo en uno de los edificios que hoy administra.

“En octubre me quedé sin trabajo de una casa de venta de equipos frigoríficos, en aquel momento alquilaba pero al ya no tener un sueldo no lo pude hacer más y empecé a vender en la calle. Vendía de todo, sábanas, almohadas, medias, y me iba medianamente bien, eso me permitía alquilar una piecita más barata. Pero por el tema de la pandemia no pude alquilar más y tampoco conseguí un trabajo fijo, entonces eso me llevó a quedar en la calle”, relata el joven a Diario La Provincia SJ, mientras se prepara para recibir a nuevos huéspedes.

Viviendo en la calle, al segundo día Darío conoció a dos personas en su misma situación, dos abuelos que rápidamente se acostumbraron a su compañía y buen humor, y que lo único que tenían era $30 en monedas y nada para comer. Fue entonces que el joven no dudó en prestarles su protección y alimentarlos con el poco dinero que todavía guardaba.

“Yo tenía las casas de amigos a donde ir a dormir pero estos dos abuelos me necesitaban, se sentían bien y protegidos conmigo. No me podía ir y dejarlos, entonces me quedé durmiendo en la calle 5 días con ellos, nos iban corriendo porque por la cuarentena no podíamos andar en la vía pública. Un día me dijeron que podían llevarme preso y les dije que bueno porque al menos en una celda iba a estar bajo techo y no me iba a caer la helada. En el día los dejaba en un lugar y me ponía a averiguar dónde quedarnos, hasta que gracias a una entrevista recibimos la ayuda que necesitábamos que para ese entonces era un techo. Nos trajeron al hotel y pudimos quedarnos acá los 14 días de aislamiento”, recordó.

Si bien, tanto Darío como los dos abuelos no venían del exterior de la provincia, debieron cumplir con el tiempo de cuarentena en el hotel, con la autorización de poder andar por los pasillos y compartir espacios ya que no eran considerados casos sospechosos de coronavirus. Situación diferente a la que sí viven los repatriados quienes no pueden salir de sus habitaciones y tampoco tener contacto con el exterior.

“Ahí empezó todo, estábamos en aislamiento preventivo hasta que tuviéramos un lugar donde quedarnos, como por ejemplo los refugios que estaban siendo acondicionados. Los abuelos se fueron uno a un refugio y el otro a vivir con un amigo, después de los 14 días. Yo me quedé acá, hablamos con Polo (dueño del Hotel San Francisco) y empecé a trabajar. Incluso ya habían empezado mientras cumplía la cuarentena, me levantaba y les empezaba a preguntar en qué los ayudaba, es lo que a mí me gusta, lo que me hace sentir bien”, cuenta sonriendo mientras completa fichas en la administración.

Es que al notar su buena predisposición, Leopoldo Zamudio y Roberto Vega no dudaron en ofrecerle un puesto de trabajo y una de las habitaciones del hotel que ahora es su nuevo hogar. Fue así que la vida de Darío cambió en el lapso de 14 días, tiempo que para muchos es sufrido, pero que para otros significa una oportunidad para volver a empezar.

“Soy una persona que siempre pienso más en la situación de los otros que en la mía, he pasado tantas cosas que puedo adaptarme rápido, lo que me duele son los demás. Lo que aprendí viviendo en la calle es lo feo que se siente la indiferencia de las personas, el que pasen caminando y que te miren mal o tengan prejuicios. Fue lo que más me marcó, recibir una denuncia por estar vendiendo ropa a la 1 de la mañana fue tremendo, lo hacía porque no había otra opción, estábamos tirados viviendo en la calle”, remarca.

Es por eso que Darío no solo llegó “desde el cielo” para ayudar en una situación desconocida y con más incertidumbres que seguridades, sino que además supo transformar el ambiente de trabajo en un espacio ameno que se vive entre risas y bromas constantes. Una unión, un clima familiar que ayuda a paliar las circunstancias. 

“Siempre les dije que les debo más yo a ellos de lo que me puedan llegar a deber a mí. Por eso también soy tan insistente para que este trabajo se haga perfecto en todo sentido, porque valoro muchísimo la oportunidad que me dan y la confianza, sobretodo”, cuenta.

Amigo y psicólogo

En el hotel San Francisco, ubicado sobre Avenida España casi Mitre, Darío hace de las suyas, no sólo como administrador sino como ser humano cercano, como ese amigo en el que se puede confiar. Es por eso que asegura que muchas veces los propios huéspedes le pidieron algún consejo detrás de la puerta.

“Llegó un momento en que el que me encontré sentado en el pasillo charlando con personas detrás de la puerta, ellos no puede salir y mucho menos podemos compartir un mate, algo que me encantaría pero que tenemos prohibido. Es por eso que charlamos por la pared, donde escucho como se sienten y hacemos más llevadero el momento. A mí no me molesta, al contrario, no nos podemos ver pero es increíble como del otro lado de una puerta podemos conocer a alguien y cómo también confían en vos, son personas que pasaron muchas cosas y una vez que llegan a su provincia no pueden ver a sus familias, ¿cómo no voy a estar?”, se pregunta, convencido de sus actos.

Y agrega con una gran sonrisa de ilusión “tengo algo en mente y es que una vez que esto se termine, que la cuarentena pase, poder reunir otra vez a todos los que se hospedaron acá en aislamiento para compartir un asado y conversar frente a frente. No sé si se pueda hacer, pero que lo intento, lo intento”.

En ese marco y feliz de la compañía de Darío, Leopoldo “Polo” Zamudio, dueño del hotel, lo escucha entre chistes y carcajadas, asintiendo con su forma de ser y en sintonía con los sentimientos del joven.

“Demostró su capacidad para manejar todo esto, es nuestra mano derecha, el encargado de los tres hoteles que tenemos. Su buen corazón de ayudar a otros le abrió estos caminos y laburando es una máquina. Un hotel significa trabajar en un lugar donde no hay horarios, donde tenemos abierto las 24 horas y un negocio que exige mucho, sin embargo él está, demuestra que le gusta y que es para esto, para el trato con la gente. Este chico nos cayó del cielo porque nos permite enfocar la atención en otras cuestiones mientras él se encarga. Nos sentimos bien de tenerlo, vive acá y es bueno poder confiar así en alguien”, añade el hombre.

Movida solidaria

En su nuevo espacio Darío no se detiene y mucho menos se olvida de todos los que alguna vez en su vida vio que necesitaban ayuda. Es por eso que pidió permiso para comenzar a recibir donaciones de vestimenta y alimentos, las cuales separa perfectamente del resto de los espacios comunes y desinfecta como el protocolo de sanidad señala.

“Estamos en medio de una movida solidaria, donde acá en el hotel hemos logrado juntar ropa y alimentos para llevar a zonas alejadas. Recibimos las prendas y las guardamos en bolsas aparte, en un lugar separado, lavamos todo y esperamos pronto poder ir a entregarlo”, cuenta mientras mira las bolsas separadas en el depósito.

“Siempre pensé en ganarme el Telekino y poder ayudar a las personas y los animales, es algo que siempre soñé, tener muchísimas hectáreas para construir casas y ayudar a todos los que necesiten. Son cosas que me gustaron hacer siempre, he pasado tantas cosas en la vida que me enseñaron que ayudar es bueno, aunque algunas veces no te lo devuelvan. A mí me hace bien”, finaliza alegre y con los ojos llenos de esperanza, antes de continuar con la administración.

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