Historia de cuarentena

Nardo Morales, el artesano huarpe que resiste al margen de la ruta 20

Nardo Morales es artesano y vive al costado de la ruta 20. Junto a su hermano hacen artesanías que exponen para la venta pero desde hace más de 100 días que no tiene compradores por la cuarentena por el coronavirus y la situación es crítica.
martes, 30 de junio de 2020 00:00
martes, 30 de junio de 2020 00:00

A un costado de la ruta 20, a la altura del kilómetro 520, en 25 de Mayo, un puesto llama la atención de cualquiera que transite por allí. Más de 200 vasijas y tinajas se ubican ordenadamente bajo un techo cobertor y un gran cartel indica la presencia de Artesanías Huarpe. El puesto está abrazado por la soledad y no se ve nada de vida, a varios kilómetros a la redonda.

El silencio transmite mucha tranquilidad y cada tanto se quiebra por el ensordecedor ruido de un camión que cruza por la ruta o móviles policiales que pasan a gran velocidad. No hay nada, no hay nadie, sólo él: Nardo Morales; y su hermano, Sergio. Ambos son descendientes de la comunidad sawa y viven de las ventas de artesanías a los turistas. 

Sin embargo desde hace más de 100 días sus ingresos se cortaron producto de la cuarentena que se aplicó en el país para frenar el avance del coronavirus. Sentado mirando a la ruta, su distracción es ver pasar los camiones y esperar que alguien descienda para comprar. La última vez lo hicieron, hace varias semanas, unos agentes de la policía que se llevaron algunas piezas, pero significó sólo una ayuda en la nada.

"El gran problema es que vemos pasar, lo poco que pasa, pero nadie para a comprar. Así que estamos en la ruina. Se paró todo el comercio. Nosotros vivimos de la artesanías y como es poca la gente que puede comprar, y al no circular, se pierde todo", comienza contando Nardo, el artesano de 67 años, a Diario La Provincia SJ, mientras mira con nostalgia las vasijas más grande que tiene, que miden más de un 1,50 metros.

En estos más de 100 días, logró vender 10 piezas, lo que le permitió reponer algunos elementos que le faltaban. Antes de la cuarentena, solía vender de 20 a 30 por mes, según la circulación de gente. Cuando había un fin de semana largo, las ventas eran mucho mayor. Pero ahora los que pasan por la ruta son camioneros que no se pueden detener y no hay visitantes de otras provincias, un escenario que se espera revertir a partir de este 1 de julio cuando se abra el turismo interno.

Mientras Nardo habla y da su percepción de cómo azota la cuarentena, hay alguien que lo mira de cerca y muy atento: su hermano Sergio. Él es su "mano derecha" y gran compañero. Es quien incentiva su labor y le da una mano en todo momento. Si bien la creatividad es de Nardo, Sergio es el hermano con el que se complementa. Los Morales son "casi 14 hermanos", dicen recordando que uno de ellos nació muerto, con lo cual siempre estuvo en la memoria de sus padres.

En ese momento, la melancolía aborda al artesano y en pocos segundos se le vienen a la mente los consejos de Doña Juana Inocencia Videla, su mamá y de Pilar Morales, su papá. De ella aprendió a hacer vasijas y de él a cuerear zorros para luego trenzar. 

"Mamá hacía vasijas pero no para vender sino para la casa. Aprendimos mirando, no solo eso sino a trenzar, cortar los cueros. Nunca te enseñaron sino que uno miraba y aprendía solo. A mi no me decían cómo hacerlo, pero veía y después lo hacía. Se transmite 'sin querer, queriendo' como dice el Chavo", expresa Nardo y esboza una sonrisa.

En aquellas épocas, allá por la década del 60, aquel lugar presentaba un paisaje diferente e incluso más desolado. Ellos vivían campo adentro, cerca de las Lagunas de Guanacache, donde se ubica la histórica Capilla del Rosario. En la memoria de los hermanos figura el río donde jugaban descalzos pero también buscaban comida. 

"Alpargatas no teníamos, era muy raro tener. En el invierno vivíamos pillando zorros. Salíamos en la mañanita antes del sol y no me hacía nada caminar descalzo por el hielo y las espinas. Sabíamos caminar por ahí y en los inviernos poníamos las trampas y luego las levantábamos", recuerda Nardo.

Tal vez por esa niñez, no le tiene miedo a las enfermedades y su salud sale fortalecida de los intensos fríos de invierno y los duros calores del verano. "Hace como 30 años tengo chagas y no me hace nada", dice entre risas dejando al descubierto su buen humor. Precisamente ese humor es el que le permite ver al coronavirus con gracia y sin temores.

"Estamos esperando que venga el corona y nos lleve. En medio del campo no sé si existe. Uno no ve nada, está aislado siempre de todo. No le tengo tanto miedo, no se cómo es pero si te va a tocar, te va a tocar, sino, no", señala con los ojos brillosos y levantando los hombres para luego frotarse las manos y mirar a Sergio.

En ese momento su hermano aclara que lo que saben es por las noticias, que le permite conocer "cómo va sucediendo la peste en la provincia". Reconoce que en San Juan el virus no está circulando pero sabe que en cualquier momento "puede tocar la puerta de la casa" con alguien que ingrese por la ruta 20 proveniente del interior de la Argentina o de otro país.

"Estamos en la ruta y expuesto. Por ahí pasa el coronavirus a la provincia y pasa cerca. No estamos libre de contagiarnos. Cuando vienen, los camioneros se paran lejitos, con el tapaboca, y son muy precavidos. Pero uno no sabe", lamenta Sergio.

Por la pandemia muchas cosas han cambiando en la rutina de los dos hermanos. Ya no van a la villa cabecera de 25 de Mayo a comprar agua, sino que el municipio la manda en un camión tanque que luego descarga en la pileta. una vez al mes. Hasta antes de la cuarentena, y durante 40 años, la compraban en bidones. 

Pero no es el único servicio que cambió. Antes por la boleta de la luz pagaban 800 pesos. Ahora le llegó a 3.300 pesos. "No se por qué tanto y la boleta hay que pagarla. Es carísimo y para colmo no tenemos ingresos", finaliza esperanzado que toda la pandemia pase rápido y al menos vuelva al camino de las ventas para poder seguir adelante.

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