Historia

Nicanor, el niño que sueña con educar y la cuarentena lo enfrentó a nuevos desafíos

El adolescente vive la cuarentena con su abuela y trata de llevar los estudios como puede. El celular se le quemó y ya no puede descargar las guías que le envían sus profesoras.
lunes, 29 de junio de 2020 00:00
lunes, 29 de junio de 2020 00:00

Camina con una enorme sonrisa y a paso veloz. Llega a la puerta y la abre, antes de que se acerque la "invitada". Metros más atrás transita por el mismo camino de tierra, su abuela con quien llegó hasta su humilde casa para conocer cómo vive la cuarentena. Son tiempos difíciles, no hay saludo afectuoso como supo haber hace unos años y las distancias se mantienen, con barbijo de por medio. 

Leonardo Nicanor Quinteros, tiene ya 14 años. Su historia se hizo conocida cuando tenía 11 años como el "niño que seguía los pasos de Sarmiento". Su nombre llegó a estar en la televisión nacional, recibió halagos de Marcelo Tinelli e incluso reconocimientos del Ministerio de Educación de la Nación y del Senado de la Nación. Sin embargo, hoy su vida transita otro camino, entre las guías educativas que se le hace complicado responder y cierto temor al coronavirus, la enfermedad que cosechó miedo en varias partes del mundo.

Hoy Nicanor tiene presente en su corazón y mente el sueño de ser docente pero se enfrenta el desafío de poder seguir estudiando lejos de las aulas y con las limitaciones que pone la tecnología en plena pandemia. Su realidad refleja lo que transitan varios niños de su edad y lo que él más lamenta es no poder seguir alimentando esa "vocación" de enseñar en esa aula que está al fondo de la casa de su abuela.

Al ingresar a ese espacio, acomoda las sillas. El lugar es mucho más reducido de lo que parece en las fotos y con orgullo expresa: "acá es donde venían los chicos". Frente a la larga mesa hay una pizarra que fue borrada hace unos meses pero en la que puede leerse "Escuela Patria Unida", escrita con corrector en uno de sus márgenes. Ése es el nombre que le puso a ese espacio que sueña que en un futuro se convierta en una gran escuela.

"Empecé bien la cuarentena y la voy llevando. Dos semanas fui a clases en marzo y luego empezó todo", comenzó expresando el adolescente a Diario La Provincia SJ que mira con nostalgia las 2 chaquetas que cuelgan en la pared. Una es de Patria Unida y la otra de la escuela 12 de Agosto, que es donde cursa tercer año de la secundaria.

Desde que se inició la cuarentena, su recorrido por la educación fue distinto a lo acostumbrado. Ya no tiene la profesora en el aula explicando, no hay consultas cara a cara con hojas marcadas y todo es vía whatsapp. Cursa 12 materias y de cada una recibe una guía diferente. En lo que va de estos 100 días, tuvo que contestar 4 guías por cada materia, lo que suma un total de 48. Su días fueron intensos e intentó llevar todo lo mejor que pudo con todas las dificultades en el aprendizaje que esto significa. Sin embargo, la cuarentena le generó 2 problemas para seguir estudiando.

"Ahora tengo el celular roto. Voy a pedirle a mi prima que me preste el de ella para poder bajar las guías", contó tímidamente. Es que un día que su abuela fue a hacer pan en el horno, Nicanor dejó el móvil abajo para cargarlo y el fuego lo terminó consumiendo. Fue el 20 de junio pasado, justo el día que el celular cumplía un año desde que se lo regalaron en Santa Fe. 

"Nunca pensé que iban a poner a calentar el horno. Es un horno a garrafa y cuando empezamos a sentir olor a humo, a plástico quemado, nos llamó la atención. Luego ví que se estaba quemando y le grité 'abuela, el celular'. Me quedó así, tenía todas las guías y las fotos", explicó con gran expresividad y representando con su cuerpo cómo fue ese momento de corridas e intento de "rescate" del aparato.

Sobre la mesa, quedó el celular completamente desarmado y sus partes derretidas. Apenas se puede leer la marca y ya es chatarra tecnológica. Sin embargo Nicanor guarda cada una de sus partes y las mira con nostalgia. En su mano levanta el chip que está quemado en uno de los bordes pero él tiene la esperanza de que sirva y que de éste se rescate las fotos. Sin embargo, la memoria, el lugar donde realmente se guardan las imágenes, quedó convertida en muchas partículas. 

En ese celular no solo estaban las guías que a él le llegaban sino también a algunos chicos del barrio que se las reenviaban para que él las imprimiera gratis y poder trabajar cada uno en su casa con las consignas en papel. 

"Cuando empezó la pandemia me pedían que imprimiera las guías a otros chicos para que pudieran trabajar en sus casas pero hace unas semanas se rompió la impresora. No sé qué le pasó, por qué se arruga el papel cuando comienza a imprimir", dijo sin entender cómo dejó de funcionar si la cuida "como oro".  

Mucho más que estudiar... comer

En el 2015, cuando Nicanor tenía 8 años comenzó con la idea de ayudar a sus vecinos en los estudios. Por aquel entonces, en una pieza de adobe y nailon en el fondo de la casa de su abuela, creó el aula donde 5 chicos iban para que él les enseñara a leer y escribir. Con el correr de los años, el grupo fue creciendo y lo que él hacía fue pasando de boca en boca, y se sumaron no solo niños sino adultos con escasa alfabetización. El año pasado recibió alrededor de 34 personas, la mayoría menores de edad, que asistían a él para recibir alguna ayuda escolar.

Pero muchos de los que iban también lo hacían por otra necesidad: recibir una taza con leche y pan con dulce. La merienda la hacía todos los días la abuela con lo que recibía de donaciones pero con el inicio de la pandemia también se dio de baja.

"Les hago pan o tortitas y los niños piden comer más y nos duele el alma. Los niños buscan acá comer algo. Yo hago dulce casero para que me alcance vario tiempo pero ahora quién creería que todavía me queda dulce casero del año pasado. Los niños no solo vienen a estudiar, sino a comer", confesó la abuela Ramona quien desde que empezó la cuarentena no puede recibir a ningún chico para tomar la leche porque la policía se lo advirtió.

"Una vez vino la policía en la camioneta y me dijo 'abuela, no vaya a dejar que vengan chicos porque no se puede por la pandemia'. Así que hace 90 días que no viene nadie acá", lamentó Ramona con mucho pesar. Es que en la zona donde viven, hay pobreza y muchos padres no tienen leche y comida para darle a sus hijos. 

Nicanor con su hermana

Con la cuarentena por el coronavirus, tratan de salir poco a la calle por más que el virus no esté circulando en la provincia. Todo lo que saben de la enfermedad es a través de la radio y la televisión, y se "guían" por los "consejos" que dan por estos medios para cuidarse.

"Sí le tengo miedo al coronavirus, no salimos tanto para no agarrarlo. Trato de estar encerrado pero salgo con la abuela porque me canso estar todo el tiempo en la casa", agregó Nicanor quien siente que su abuela "es como una madre" y no quiere que nada le pase a ella.

"La amo a mi abuela, es muy buena. Ella es todo para mi", expresó frente a Ramona quien al escucharlo no aguantó las lágrimas de emoción y le contestó: "lo único que le pido a Dios es que me de vida para verlo crecer. Es lo único que le pido. Voy a cumplir en septiembre 66 años y para mi él es todo".

Ambos esperan que pase rápido la pandemia y que la normalidad vuelva a reinar en San Juan y en el país. Saben que llevará su tiempo pero también reconocen que hay muchos chicos que esperan volver a las aulas y con esto a la copa de leche.

 

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