Jesús, para ayudarnos a comprender el amor que nos tiene y las consecuencias que esto conlleva para nosotros, toma algunas imágenes muy expresivas y significativas. Aunque son dichas en un contexto geográfico e histórico concreto, distinto al del aquí y ahora nuestro, guardan una riqueza y fuerza impresionantes. Así, se presenta diciendo Yo soy la Luz, el Pan de Vida, la Vid, la Resurrección y la Vida, el Agua…
En el capítulo 10 del Evangelio de San Juan se desarrolla la alegoría del Buen Pastor, que da enseñanzas luminosas respecto de quién es Jesús, quiénes nosotros y el modo de vincularnos. Ayuda a palpar la realidad bien concreta del Amor de Dios por cada uno de nosotros: no se trata de una idea abstracta.
El Maestro se presenta como el que “entra por la puerta” sin ocultar nada. No viene a robar sino al Encuentro. Se muestra con transparencia, y “las ovejas escuchan su voz”, la reconocen como amigable; no es un extraño. Su voz les resulta familiar, porque “habla” su lenguaje, lo entienden. Lo siguen al Pastor porque ya hace un tiempo que están con él, tienen la experiencia del trato cordial, del cuidado.
Saben, por experiencia propia, que siguiendo sus pasos van por caminos seguros. Confían en su pericia para encontrar alimento y bebida; descansan en su fortaleza para enfrentar a los lobos o ladrones que acechan al rebaño.
Las ovejas son parte de un grupo, una comunidad. No están dispersas, sino caminando juntas. Sin duda tienen ritmos de marcha distintos, pero se acomodan a un andar común. El Papa Francisco decía hace unos días que el peregrino es el que camina al ritmo de los más lentos. Ir con el Pastor no es una carrera para ver quién llega primero, sino el ser parte junto con otros. Así nos quiere Jesús, andando juntos en el mismo sendero.
La oveja también puede tener sus momentos de rebeldía y abandonar el rebaño. En esa situación el Pastor busca con paciencia, hasta encontrarla, y con ternura la carga sobre sus hombros para traerla nuevamente al redil.
Ser parte del rebaño implica tener cobijo, cuidado permanente —noche y día—, pertenencia no tanto a un lugar, sino a una persona.
Jesús se presenta como el Buen Pastor. En este pasaje “bueno” no solamente hace referencia a una cualidad moral, como el que se comporta adecuadamente sino que, dando esto por supuesto, es expresión de atracción, de belleza que cautiva. Hay un párrafo del Documento de Aparecida que lo dice con hermosura: “El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí, llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña”. (DA 277)
En esta alegoría del Evangelio se muestra que seguir al Señor no es una actitud servil o autómata. Es fruto de una experiencia de cercanía y ternura del Pastor. Al igual que las ovejas, no seguimos a un extraño, menos aún a un déspota; sino al que “da su vida por las ovejas” para que “tengan Vida y la tengan en abundancia”.
Hoy rezamos en todo el mundo por las Vocaciones Sacerdotales y Consagradas. En nuestras comunidades necesitamos que haya quienes a imagen de Jesús entreguen su vida para que todos podamos escuchar la voz del Pastor y ser alimentados por Él. Los obispos, sacerdotes y diáconos somos pastores convocados por El Buen Pastor. El rebaño no es una posesión personal, sino de Jesús, y el modo de apacentar ha de ser según sus indicaciones.
Somos pastores-servidores del Pueblo de Dios, convocado por Él. Somos dependientes del Buen Pastor para tener sus mismos sentimientos. Continuamente debemos preguntarnos “¿qué quiere Jesús que yo haga?”; teniendo en cuenta sus mismos sentimientos, “¿cómo debo acercarme a los demás? ¿Qué palabras decir y qué gestos realizar?”. Debemos alejarnos de toda tentación de clericalismo y abuso de autoridad.
Recemos por nuestros seminaristas para que perseveren en la vocación recibida.
Recemos por los jóvenes para que sientan resonar en sus corazones las dulces palabras de Jesús: “si me amas, apacienta mis ovejas”.