Historias

Tragedia de El Tambolar: a 33 años, las historias jamás reveladas y el recuerdo intacto de los sobrevivientes

Juan Nicamot Tapia y Gustavo Ríos, sobrevivientes de la tragedia que enlutó al RIM 22 y a San Juan en 1986, recordaron los detalles escalofriantes de la noche de la tragedia, de aquel 23 de enero.
sábado, 28 de septiembre de 2019 08:47
sábado, 28 de septiembre de 2019 08:47

Hasta hoy, los protagonistas siguen hablando del destino, otros de una tragedia que se podría haber evitado. Sin embargo, el horror ocurrió y las escenas en medio de la cuesta de El Tambolar hicieron que cualquiera que las viera no pudiera evitar llorar. La oscuridad de la noche y el calor con el que azotaba enero, convirtieron el escenario en un panorama desgarrador cuando los primeros rayos de sol comenzaron a salir. 

Es que de la tragedia donde 17 miembros de la banda de música del RIM 22 ocurrida en 1986, murieron, nadie se olvidará jamás. Mucho menos los sobrevivientes que dejaron de lado el dolor propio para ayudar a sus compañeros y vivir el desconsuelo de ver los cadáveres de sus amigos tendidos entre las rocas. 

"Cuando salimos para Calingasta, empezamos mal desde el principio. El colectivo llegó dos horas tarde y cuando íbamos por Zonda, un pulmón de aire se rompió. En ese lugar casi chocamos contra un árbol, pero el chofer pudo arreglarlo y continuamos. Él mismo admitió que desde la empresa le habían dado un colectivo viejo, de chapa, que lo habían acondicionado para llevarnos", comenzó relatando Juan Nicamot Tapia, con la mirada retrotraída en el tiempo, a Diario La Provincia SJ. 

La banda, si bien ya había entrado de licencia, fue convocada para tocar en un acto en Calingasta, después de eso podían irse de vacaciones. Sin embargo un inesperado pero presentido hecho, transformó los planes. Los músicos llegaron hasta el departamento y cumplieron con el deber, después de tomar una siesta y jugar a la pelota con niños del lugar, cerca de las 20 horas de la noche emprendieron la vuelta a la ciudad de San Juan. 

"Veníamos por la cuesta y cuando llegamos a la Virgen, el chofer empezó a bajar y aquello parecía un tobogán. Las curvas y el estado de la antigua Ruta 12 no era el mejor, el espacio era tan estrecho que cuando doblaba, la cola del colectivo quedaba suspendida al precipicio", detalló. 

Y agregó: "En ese momento el chofer intentó meter los cambios y se dio cuenta que ninguno entraba, el colectivo estaba libre. Los frenos no funcionaban y todos empezaron a gritar. Lo que hizo fue ir frenando el colectivo contra el cerro, salían muchas chispas pero no funcionaba. Las curvas las iba salvando realmente de milagro, hasta que llegó a una tan cerrada como una herradura. A la mitad, la delantera del coche chocó contra la montaña y caímos al precipicio de culata, yo me acosté en el pasillo y de ahí no sé más".

El colectivo de la empresa TAC cayó exactamente 100 metros a las 22:45 horas. Al abrir los ojos, los sobrevivientes no podían creer lo que veían, alumbrados únicamente por la luna. Cuerpos, heridos, llantos y hasta gritos de auxilio. Para arriba, una pendiente que parecía imposible de escalar debido a la verticalidad de la montaña, sin embargo las ganas de vivir pudieron más. 

"Cuando me desperté miré para adelante y vi una piedra gigante, que si se hubiese movido un poco más, hoy no estaría contando esto. Mis compañeros me agarraron de los brazos y me ayudaron a salir. En ese momento vi a todos mis compañeros y amigos muertos y me volví a desmayar. Hay algo que saben sólo unos pocos, pero en ese momento soñé que varios de ellos me decían que vamos para arriba, yo les respondía que no quería, que debíamos quedarnos, y me dijeron que estaba bien, pero que ellos sí se iban. A la escena la miraba desde arriba, quienes me dijeron eso fueron mis compañeros fallecidos". 

Juan Tapia tenía el cuero cabelludo desprendido y las costillas fracturadas. Del lugar donde lo ubicaron, no se podía mover por el dolor que sentía. Sus compañeros lograron subir a la ruta y pedir ayuda. La noche larga torturó a los que aún seguían con vida, incluso cuando la claridad del sol comenzó a asomar y grupos rescatistas de San Juan y Mendoza llegaron. 

De a uno, en helicóptero, dos kilómetros más abajo por el Río San Juan, eran rescatados los sobrevivientes que fueron trasladados hasta el Hospital Rawson. El último fue Juan, a quien su esposa desesperanzada ya creía muerto. "Vi a mis amigos muertos y cuando pasaban las horas cada vez los reconocía menos debido a su estado. Cuando me bajaron hasta el costado del río tardaron dos horas. En ese momento vi el motor del colectivo desprendido a un costado, si hubiéramos caído de frente, se desprendía y nos mataba a todos", subrayó sobre uno de sus últimos recuerdos en el lugar del horror. 

Juan, con los instrumentos que aún atesora

Otro de los sobrevivientes que rememoró aquel momento fue Gustavo Ríos, un correntino que sólo llevaba tres años viviendo en San Juan y que había logrado el pase a Misiones. "Cuando fuimos yo iba del lado de la ventanilla, y a la vuelta, con mi compañero cambiamos de lugar. No sé si fue el destino pero eso me salvó la vida, a él no", relató a este diario con la voz entrecortada. 

"Recuerdo cuando íbamos cayendo y ahí me desmayé. Mis compañeros me contaron que pensaban que había muerto y ya me habían ubicado entre los cadáveres. Se dieron cuenta que no era así porque cuando estaba inconsciente me dio tos y ahí me sacaron, y en camilla me llevaron en helicóptero", sostuvo. 

"Sé que el chofer de colectivo nos ayudó y días después falleció. Lo mismo pasó con el médico que llegó desde Calingasta quien a los días no soportó todo lo que vio y su corazón decidió que dejara este mundo. Tiempo después de fui a Misiones y allá me preguntaron si quería ascender o retirarme, decidí seguir aunque ya no con la música. Nunca más volví a San Juan pero quiero hacerlo porque allá viví momentos muy lindos, recorrí la provincia entera y me hice amigos de fierro", aseguró Gustavo. 

Juan sí continuó con la música, y hasta paralelamente a la orquesta que conformaba y a la banda del RIM 22, creó su propio grupo de mariachis. "La música estuvo en mí desde siempre y fue la que me salvó la vida, la que ayudó a recuperarme rápido y seguir viviendo, seguir con mi familia y nunca olvidar a los amigos. Porque cuando uno toca, siente que todos están detrás apoyando, tocando...".

Con el paso de los años, Gustavo encontró su camino lejos de las fuerzas. Actualmente vive en Buenos Aires y es escritor, psicoterapeuta y conferencista. "Soy un agradecido de la vida por las oportunidades que me dio. Por dejarme vivir aquella noche y seguir. Hoy doy charlas y jamás, jamás olvido a quienes dieron la vida haciendo lo que más amaban, sirviendo a la patria y tocando música", concluyó. 

 

 

 

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