Virginia Espejo es mamá de dos hijos y una verdadera "leona". La vida le puso varios desafíos con la salud de sus hijos y nunca bajó los brazos, pese a que aveces sintió desvanecer. Primero la vida la enfrentó a una dura enfermedad con su hija mayor. Luego una nueva historia se escribió con su segundo hijo. Sin embargo, el amor fue siempre más fuerte y hoy da ánimo a otras madres que transitan por su mismo camino.
Virginia es oriunda de Rivadavia y el primer desafío que le puso la vida fue con su hija mayor, Adelina de los Ángeles Silva. A los 3 años de vida, la pequeña fue diagnosticada con la enfermedad Guillain Barré, un trastorno poco frecuente en el cual el sistema inmunitario del organismo ataca los nervios. Por lo general, los primeros síntomas son debilidad y hormigueo en las extremidades pero, tarde o temprano, produce una parálisis en todo el cuerpo.
Después de un largo tratamiento, la mamá consiguió sacar a su nena adelante. "Ahora Adelina tiene una vida normal", comenzó contando con una sonrisa en su cara, Virginia a Diario La Provincia SJ. Si bien le quedaron algunas secuelas, pudo superar esta enfermedad y hoy es la luz de los ojos de su madre.
Su segundo hijo es Cristian Javier, al que llaman Chicho. Él tiene hidrocefalia congénita no valvulada y necesita cuidados más intensivos de su mamá.
“La enfermedad de Chicho consiste en un retraso madurativo congénito. Él tiene paralizado el costado derecho, le cuesta movilizarse, es totalmente dependiente, aunque avisa cuando tiene hambre o quiere ir al baño. Requiere de muchísimos cuidados, uno de los más importante es que no debe golpearse la cabeza, porque tiene un coágulo, que le produce convulsiones”, contó Virginia.
A los cuatro años Chicho estuvo en terapia intensiva y como consecuencia de la enfermedad hoy “toma diversos tipos de remedios: para el calcio porque sufre de hipocalcemia, también remedios para la tiroides y todo tipo de vitaminas, necesarias para mantenerlo en un buen estado”.
“Cuando estuvo internado, sentí mucha impotencia, no aceptaba lo que me decían los médicos, que moriría, que no había esperanzas, y pensé el único que me lo puede quitar es el poderoso. Felizmente mi hijo ya tiene 26 años. También es doloroso cuando convulsiona, me goleo contra la pared, porque no puedo hacer nada y haciendo eso sufro como el sufre. Puede resultar exagerado pero es mi forma de acompañarlo”, recordó con lágrimas en los ojos.
Virginia cuenta que económicamente siempre fue difícil el tema de los remedios, pero la ayuda de la familia fue fundamental. La pensión que le corresponde por ley se la dieron a los 16 años y solo un remedio se lo brinda el hospital, el resto lo compra con la pensión y hace poco recibió la silla de ruedas nueva, de la ONG CILSA.
Su vida es una lucha diaria, con obstáculos constantes, dificultades y su mayor preocupación es lograr que la sociedad no lo vea a su hijo como un “bicho raro”, según sus propias palabras. “Tiene paralizado sus miembros pero no su corazón. Mi hijo no tiene piernas, pero camina con las piernas de su madre”, finalizó la mamá.