Reflexión

Monseñor Lozano sobre el terremoto del ´44: "tapar el dolor no sana las heridas"

El arzobispo de San Juan de Cuyo se refirió a que solemos tener "memoria selectiva" con ciertos hechos trágicos como el que marcó a nuestra provincia.
domingo, 13 de enero de 2019 08:36
domingo, 13 de enero de 2019 08:36

Monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, tituló "Memoria selectiva" a su mensaje de reflexión de esta semana e hizo referencia a una fecha que debería importarnos y mucho a los sanjuaninos: la tragedia del terremoto de 1944.

Este es el texto completo:

"La vez pasada conversamos con unos amigos, sin ponernos de acuerdo, acerca de si la memoria necesariamente es selectiva. Todos coincidíamos en que de alguna manera sí. Uno puede elegir memorizar poesías, otros partidos de fútbol y los resultados, versículos de la Biblia, números de lotería… O tal vez tener una mayor facilidad para unas cosas que para otras.

Pero a nivel personal y comunitario hay acontecimientos que registramos muy bien, y otros que dejamos de lado. Así, podemos padecer una cierta amnesia social o comunitaria. Te pongo algunos ejemplos de las últimas décadas.

Recordamos que el 11 de septiembre de 2001 fueron los atentados de las Torres Gemelas. Pero pasamos por alto el terremoto de Haití el 12 de enero de 2012.

Recordamos que hubo atentados en el metro de Madrid o en una editorial en París. Pero no la matanza de campesinos en la Amazonía.

Algunos acontecimientos los “registramos” como más cercanos, aunque suceden a muchos kilómetros, y otros los ignoramos aunque estén a la vuelta de la esquina.

En estos días se cumplen aniversarios importantes de dolores profundos. El terremoto en San Juan el 15 de enero de 1944 dejó cerca de 10.000 muertos. De esta tragedia se cumplen en estos días 75 años. Cómo no evocar también el terremoto de Haití el 12 de enero de 2010, que registró más de 200.000 muertos.

Como canta León Gieco, podemos decir: “Todo está guardado en la memoria /sueño de la vida y de la historia”.

Tapar el dolor no sana las heridas, tal vez las cierra, pero no las cicatriza.

Evocar a los muertos como “nuestros” nos da raíces, refuerza la identidad. Cortar la cadena con ellos como si fueran de otras familias u otros clanes nos enajena y nos hace perder contacto con los antepasados.

Así como a nivel personal un signo de madurez es asumir la propia historia y sus conflictos, a nivel social también hemos de asumir la Provincia, la Nación, América Latina, el mundo.

 

El holocausto del pueblo judío nos pasó a todos, las masacres en África, el hambre en Etiopía, el terremoto en Haití, los atentados en Nueva York, en Gaza, en Jerusalén, la Guerra en Siria. Estos acontecimientos nos pasaron a todos.

La amnesia selectiva hace que tiremos a los más pobres como si fueran cargas pesadas, como si no fueran de los nuestros.

Tanto la religión judía como la cristiana hunden sus raíces en la memoria histórica. Sabemos de la fidelidad de Dios por la experiencia liberadora del Éxodo, por la repatriación después del Exilio, por los anuncios de los profetas. Sabemos que la esperanza no quedará defraudada “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”. (Rm 5, 5).

La carta a los Hebreos nos alienta diciendo que “ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos (…) corramos resueltamente al combate que se nos presenta” (Hb 12, 1).

Mirar nuestras raíces es muy importante, ya que, como expresa el poeta, “lo que el árbol tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado” (Francisco Luis Bernárdez). 

Hoy celebramos en la Iglesia el Bautismo de Jesús a orillas del río Jordán. Nos cuenta el Evangelio que en ese momento “se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lc. 3, 22).

Así comienza la misión de Jesús. Hay un vínculo muy estrecho entre bautismo y misión.

También para nosotros, ser bautizados es ser enviados a dar testimonio del amor que Dios nos tiene.  

Nos enseña Francisco que: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar”. (E G 119) Por eso insiste en que “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones”. (E G 120)

Somos hijos amados y enviados".

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