Opinión

Propiedad privada

domingo, 28 de septiembre de 2014 02:13
domingo, 28 de septiembre de 2014 02:13
Por: Ivan Grgic

Con un elenco de lujo encabezado por Anthony Hopkins y Morgan Freeman, Steven Spielberg presentó en 1997 "La Amistad”, la historia real de un grupo de africanos secuestrados para ser vendidos como esclavos. Luego de amotinarse en el barco matando al capitán y otros marineros, son llevados de un modo engañoso hacia los Estados Unidos donde son encarcelados y juzgados por asesinato. Desde el comienzo, el film orienta la disputa hacia otro lugar: la propiedad de esos hombres con un falso origen cubano. Los españoles sobrevivientes los reclaman como propiedad suya en nombre de la  Reina de España. Los marinos que los encontraron dicen que les pertenecen. Mientras que el grupo que se va organizando en su defensa debe aprender a escucharlos para encontrar los argumentos que prueben que son africanos y libres. No son propiedad de nadie. 

Esta realidad nunca ha cesado. Desde que Caín le respondió a Dios "¿acaso soy guardián de mi hermano?”,  los humanos hemos pasado del desentendimiento del otro al extremo se creernos sus dueños, en un abanico inmenso de historias de propiedad humana. En esas historias que pueden tener simples expresiones psicológicas parentales llegan hasta el asesinato del indefenso solo porque es de su propiedad. Incluso las muertes por inseguridad en la Argentina, que solo buscan un celular o algo de dinero, parecen expresar que la vida del otro dejó de ser sagrada para ser nada.

Hace pocos días, la actriz británica Ema Watson, la "Hermonie” de Harry Potter, se sumó como Representante de buena voluntad de ONU Mujeres en la campaña "He for She”. Con un encendido discurso en la Asamblea de las Naciones Unidas mostró las diversas formas de propiedad que sigue teniendo la sociedad global sobre las mujeres. Sueldos, acceso a jerarquías laborales, formatos masculinos de vida, posibilidades de expresión social o maltrato laboral entre otros, van mostrando formas sutiles pero graves de un mundo al que le sigue pareciendo lógico adueñarse de la mujer. En el extremo está la otra violencia de género, la que mata, como sucedió  con la joven Melina Romero en Buenos Aires. 

En la campaña se incluye un ítem que puede ser contradictorio: ser dueño del propio cuerpo. Con una innegable orientación a favor de la despenalización del aborto, la actriz sumó su voz para enarbolar una bandera llamativa: la que denuncia que la toman como propiedad privada, quiere a su vez ser dueña de la vida del otro en su seno. No faltaron fotos de alguna famosa embarazada que lo escribió en su piel, como diciendo "si quiero, lo puedo matar”. La obvia propiedad sobre sí, se transpone como custodia del bebé, no como dueña. Si así fuese, el no nacido sólo tendría entidad si la madre quiere. Y hasta el padre ya no tendría ningún deber de darle a ese niño ninguna asistencia de paternidad legal, económica o afectiva.

Marina Acosta, hermana de Paola que fue encontrada asesinada en una alcantarilla de Córdoba junto a su beba con vida y traía, por eso, el recuerdo de Deolinda Correa, mostró una foto de esa niña agarrándose fuertemente de su mano. La tía entendió que la vida, mientras más indefensa, más lucha de modos insospechados por permanecer, como lo hizo la hermana trascendiendo milagrosamente su muerte para que su hijita viviera. El respeto por la sacralidad de la vida del otro, necesariamente debe ser un principio inicial, originario, intocable. A partir de allí podemos asumir respuestas de compromiso vital por todos, empezando por la más indefensa de las vidas humanas. 

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