Por Ivan Grgic
"Pero, ¿nos avergonzamos? Tantos escándalos que yo no quiero mencionar singularmente, pero que todos sabemos... ¡Sabemos donde están! Escándalos, algunos los han tenido que pagar caro: ¡está bien! Se debe hacer así... ¡La vergüenza de la Iglesia! ¿Pero nos hemos avergonzado de estos escándalos, de estas derrotas de sacerdotes, obispos, laicos?... Y aquí el escándalo ha llegado: toda una decadencia del pueblo de Dios, hasta la debilidad, a la corrupción de los sacerdotes"” Con estas palabras el papa Francisco comentaba el evangelio del 16 de enero pasado.
El mismo día, en Ginebra, una delegación vaticana presentaba ante la Convención sobre los Derechos del Niño de la ONU un informe acerca de las normas adoptadas para condenar y prevenir los casos de abusos sexuales y proteger a los menores, respondiendo junto a otros países miembros, a un cuestionario de análisis. En esa presentación se incluyeron las medidas permanentes acerca de la dignidad de la persona humana en toda su vida, el rechazo a cualquier discriminación por razón de sexo, la dignidad y los derechos de la familia, la necesaria, profunda e integral educación en el amor, entre otros. Finalmente, Mons. Tomasi, delegado de la Santa Sede (firmó la Convención en 1990), invitaba al organismo internacional a realizar una devolución "para garantizar la aplicación eficaz de las disposiciones de la Convención y sus Protocolos”.
Aun cuando el informe de los países miembros llevó más de seis meses de preparación, la respuesta del organismo de la ONU a la Santa Sede solo tardó 20 días. Llamó la atención por su celeridad en evaluar toda la documentación presentada, por sus recomendaciones alusivas a acciones ya desarrolladas y por su incursión en otras temáticas como la apertura hacia el aborto, auténtica paradoja en un ente que debe defender la infancia en su totalidad. Además, desde el Vaticano destacaron que "el tono, el desarrollo y la publicidad que obtuvo el Comité con su documento es anómalo respecto a los procedimientos con otros Estados que adhieren a la Convención”.
Estas estrategias ponen de manifiesto una devolución preparada de antemano, una clara desconsideración de las medidas de la Santa Sede con su tolerancia cero desde Benedicto XVI y una premeditada difusión que pretende acallar y ensuciar el pontificado de Francisco, deteriorando la oportunidad de sumar en el esfuerzo global por la vida plena de cada niña y niño en todas partes del mundo.
Nadie puede dudar que la Iglesia se haya puesto a la cabeza de la activa defensa de la sacralidad de la vida de cada niño en la última década, mucho más que las acciones de otros estados y poderes que siguen tapando sus oscuridades. Pero aún así continúa resonando la pregunta del Papa: "¿nos hemos avergonzado de estos escándalos?... ¡en esos hombres y en esas mujeres la Palabra de Dios era rara! ¡No tenían una relación con Dios! Tenían una posición en la Iglesia, una posición de poder, también de comodidad. Pero la Palabra de Dios, ¡no!... ¡No damos de comer el pan de vida; no damos de comer la verdad! Y hasta damos de comer alimento envenenado, ¡muchas veces!”.
La justificada reacción vaticana ante el contenido y modo de la respuesta de la ONU no debe cegar el propio desafío eclesial: avergonzarse. Si se llegó a tapar diversas formas y grados de abusos sexuales, es porque durante décadas se vivieron diversas formas y grados de desmanejo y malversación de fondos, de silencios o voces leves para defender derechos humanos, de autoritarismo y fariseísmo cultual, de cierto desprecio al rol de la mujer, de clericalismo y otras tantas deformaciones. El sueño de Jesús de una comunidad que viviera desde los sentimientos de su corazón y los compartiera con cada hermana y hermano en el mundo han quedado opacados escandalosamente. En palabras de Benedicto: "Ha sido estremecedor para todos nosotros…tanta suciedad ha sido como el cráter de un volcán del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució”.
Avergonzarse implica reconocer el hecho vergonzoso y tomar medidas claras y absolutas en adelante. Avergonzarse implica pedir perdón público y pagar toda imposición que la justicia dictamine. Avergonzarse implica promover acciones que sustentan la transparencia, la participación y el compromiso por toda justicia especialmente por las situaciones de periferia humana. Avergonzarse implica en muchas Iglesias la denuncia de sus miembros y la clara posición junto a las víctimas, sin abandonar al que delinque dando una ayuda que no tapa ni disimula. Mucho de esto ya ha comenzado.
La Iglesia necesita esa vergüenza para escuchar de Jesús: "ve y no peques más”.