Por: Ivan Grgic
"Es una fiesta de la democracia”. Fue la frase clásica, esperada, hecha para estas ocasiones. Mientras se desarrollaron las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, las respuestas de los dirigentes no escaparon al ritual. Cuando se afirma que es una fiesta, se está diciendo que la democracia celebra la posibilidad de decidir y de ser libre para eso. Y, a 30 años de vida sin gobiernos que surgen por un golpe de estado, es un logro mayúsculo. Vale la pena celebrar. Vale la pena decir que es una fiesta.
"Es el día más importante de la civilidad, pues cada persona puede ejercer su voto”. Esta es otra expresión que resonó varias veces por los micrófonos de los cronistas. Y, ¿cómo no ser así, si era el momento en el que los ciudadanos habilitados podían decir su pensamiento, y aplicarlo con su poder electivo? Cuando los votantes elegimos en una PASO o elección definitiva de cualquier tipo, manifestamos en un cuarto oscuro poderoso nuestra opinión, y es tan importante que se le otorga un poder al elegido para hacer aquello para lo cual se lo votó, teniendo a la Constitución como madre para representar con justicia.A tal punto es el día cívico más destacado, que muchas veces se lo ha tomado como plebiscito, es decir, como espacio para decir con claridad que piensa y quiere el verdadero "dueño” del poder. Ante esta consecuencia obvia, luego de las 21, los que se sintieron reprochados con menos votos trataron de que no se note. No faltó entre los que acrecentaron sorprendentemente su caudal de votos, que estimaran que toda una fuerza popular se abalanzaba sobre ellos ungiéndolos como nuevos mesías. Y tampoco estuvieron ausentes quienes hicieron leña del árbol caído, sean medios, políticos u otros dirigentes sociales, deformando lo más posible el mapa final para sus propios intereses.
La mejor frase fue: "y…luego de votar me voy a comprar un asadito, ‘regarlo bien’ (…) y estar con la familia y los amigos. A la noche me enteraré como salió”. ¿Qué sucede en un votante común que, luego de sus minutos de cuarto oscuro, se despreocupa del acto eleccionario? ¿Dónde queda en él (o la mayoría) la fiesta de la democracia o el día más importante de la civilidad, que lo continúa como si fuese un domingo más?
Una periodista manifestó privadamente que, con el monitoreo de las noticias de las elecciones del domingo, los lectores no querían tanto la foto del candidato emitiendo el voto o sus esperadas expresiones a los medios, sino lo que les permitiera continuar su vida habitual. Ese dato aumentó más la curiosidad hacia la tercera frase del anónimo entrevistado: "estar con la familia y los amigos” era lo más importante y las noticias debían estar en consonancia con ese dato democrático. Tenía sentido enfocarse allí, con aquello de Amy Goodman, periodista estadounidense: "Ese es nuestro trabajo como periodistas: ir hacia donde está el silencio”.
Cada vez más parece resonar el deseo popular que la democracia no esté fundamentalmente en la agenda de los gobiernos, ni en los titulares de los medios, ni muchos menos en los intereses sectoriales. Pareciera expresarse la teoría de que la democracia es lo cotidiano, la vida de cada persona en cada día, a la que apuntan y sirven las elecciones y aquellos que fueron elegidos para su servicio. Pareciera evidenciarse un sentir popular en el que la noticia es lo que le pasa y quiere la gente y no tanto lo que se agende en esferas de gobierno o de los medios.
A fines del año pasado, Steven Spielberg volvió a sorprender con otra maravillosa producción: "Lincoln”. Se basó en el libro "Equipo de Rivales: el genio político de Abraham Lincoln” de Doris Kearns Goodwin, y tuvo al brillante Daniel Day-Lewis en el papel del 16 Presidente de los EEUU por lo que obtuvo el Oscar. La historia se ubica en enero de 1865 cuando Lincoln luchó fervientemente por la 13 Enmienda, que aboliría la esclavitud, en el marco de la Guerra de Secesión. Sabía muy bien que si esta enmienda se postergaba al final de la Guerra, nunca quedarían libres los esclavos.
Además, en el contexto del libro, se cuenta el modo de gestión de Lincoln, que había armado un equipo de gobierno con hombres de la oposición. Estaba convencido que "si quieres ganar un adepto para tu causa, convéncelo primero de que eres su amigo sincero”. Y no dejaba a la oposición en un papel formal de crítica y control, les daba un espacio a la tarea común confiando en su humildad y en la fuerzo del otro: "quien tiene el derecho de criticar debe tener el corazón para ayudar”.
La democracia es el ser de lo cotidiano en la sociedad, que define más la paz que permite al pueblo su vivencia personal y grupal, que la gestión que lo promueve o sistema que lo sustenta. Por eso Lincoln, convencido que "del mismo modo que no sería un esclavo, tampoco sería un amo”, sabe que la democracia es el gobierno "del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, siendo el pueblo y su silencio de cada momento la razón de ser del sistema. Para nada más vale la pena gobernar e informar.