Todo camino hacia el cielo es cielo

En tiempos de compromiso social, Dorothy Day aparece como figura señera para todos. En su fe cristiana entendió que "a Dios le conocemos en el acto de partir el Pan, y unos a otros nos conocemos en el acto de partir el pan… El cielo es un banquete y la vida también es un banquete, incluso con un mendrugo de pan, allí donde hay comunidad”.
domingo, 28 de julio de 2013 01:33
domingo, 28 de julio de 2013 01:33

 Por: Ivan Grgic

 ¿Por qué Dorothy Day, una mujer divorciada, que abortó por miedo a que su amante la abandonara, anarquista, feminista, enfermera, opositora férrea a la guerra de Vietnam y al capitalismo extremo, periodista, sindicalista, organizadora de ollas populares, simpatizante de las ideas de Fidel Castro, puede ser canonizada por la Iglesia católica? ¿Qué sucedió en esa mujer nacida en Brooklyn en 1897, hija de un periodista de deportes, y que casi 70 años después participó en la última sesión del Concilio Vaticano II para apoyar la objeción de conciencia y la posibilidad de ir a la cárcel por el Evangelio (a los 76 años fue llevada por última vez a la cárcel por manifestaciones), para que Juan Pablo II aprobara la causa que estudiara su vida, concluida a los 83 años? ¿Su vida hecha acción a favor de los marginados puede ser un referente para cualquier persona?


El camino para transformarse de observadora en participante, de idealista apasionada en solícita por cada persona empezó con su propia realidad y la lectura. Desde joven se acercó a textos sobre la miseria y el anarquismo, preguntándose como "si Dios quiere a los hombres felices, deja tan solos a los pobres". En la universidad integró el partido socialista, convencida de que sus compañeros cristianos eran poco luchadores, atentos más a curar heridas que a prevenirlas. Sabía que el mismo Estado de bienestar  era un "Estado de esclavos”, pues no ayudaba a la participación y responsabilidad de todos en la propiedad de los medios de producción.
 
La convicción de Dorothy por el amor activo, el cambio del corazón, la fuerza perseverante de la fe, la responsabilidad personal en la historia se fue llenando de los escritos de Teresita de Lisieux, de Dostoyevsky, de Maritain y de Mounier. En medio de la crisis socioeconómica de la Chicago del ‘30, tiene su propia crisis desde el sentido del amor y de la vida: "Precisamente mi experiencia como radical y mi pasado político me inducían a desear unirme a los otros para amar y alabar a Dios". Por eso afirmará después: "El amor es la medida".

En ese marco, funda como periodista el "Catholic Worker" ("El trabajador católico"), que siempre debiera costar un centavo para que se pudiera adquirir con facilidad, transmitiendo material acerca de huelgas, paro, trabajo infantil, discriminación y antisemitismo, pacifismo y oposición a la II Guerra Mundial o a la posterior amenaza nuclear. Los ingresos aprovecharon para ayudar al Movimiento de los "parados” con casas de hospitalidad sin ningún tipo de segregación. Es que para Dorothy Day las obras de misericordia tenían que ver con verdaderos cambios sociales y un horizonte que iba más allá: "quiero ser santa aunque sé bien que sólo puedo ser una pequeña santa, y eso supone tomarse en serio el Evangelio, cambiar radicalmente la vida". Si "todo camino hacia el cielo es el cielo” (frase de Catalina de Siena adoptada por ella), las Bienaventuranzas de Jesús son modelo de vida, y no lo que se refiera permanecer y transcurrir, en palabras de la inolvidable Eladia Blazquez.

Porque el amor es la medida de la acción comprendió al final de su vida que "uno de los mayores pecados es instalar en el corazón del trabajador el ansia compulsiva de vender la libertad y el honor para satisfacer los deseos promovidos por la publicidad”. Esta expresión indicaba una vez más los efectos de tratar a cada marginado como un ángel que la visitaba, y dio origen al título de una bella película sobre su vida en 1996. "La fuerza de un ángel”, con Moira Kelly en el rol de Dorothy y Martin Sheen como el P. Maurin, cofundador del Movimiento del Trabajador Católico, es un film encantador para entender la propia vida llevada a la acción por la fuerza del amor, más allá de la fe religiosa que se tenga.

Así como el Beato Juan Pablo II la declaró "sierva de Dios”, también Benedicto XVI, en la penúltima audiencia antes de su renuncia, realzó "la habilidad para oponerse a las marcas ideológicas de su tiempo para elegir la búsqueda de la verdad y abrirse al descubrimiento de la fe”. En esa alocución recordó frases de la autobiografía "Una Larga soledad”, cuando decía: "es cierto que sentí la necesidad de ir a la iglesia más seguido, de arrodillarme, de inclinar la cabeza en oración. Un instinto ciego, uno podría decir, porque yo no era consciente de rezar. Pero fui, me resbalé en la atmósfera de la oración”.

En tiempos de compromiso social, esta mujer de Brooklyn aparece como figura señera para todos. En su fe cristiana entendió que "a Dios le conocemos en el acto de partir el Pan, y unos a otros nos conocemos en el acto de partir el pan… El cielo es un banquete y la vida también es un banquete, incluso con un mendrugo de pan, allí donde hay comunidad”. Es el latir íntimo de su corazón que ya había aprendido que la única solución es el amor, agradeciendo a Dios que nos hace vivir los problemas presentes porque "no se permite a nadie ser mediocre”.


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