De centrismos y periferias

En las periferias están otras personas, igualmente humanas, con sus historias pequeñas, cotidianas, pobres, con un sinsentido aparente y una pronosticada ausencia en cualquier libro de historia..
domingo, 6 de octubre de 2013 08:53
domingo, 6 de octubre de 2013 08:53

 Por Ivan Grgic

Pareció un "carilindo” al comienzo de sus trabajos actorales, especialmente en "Titanic”, pero Leonardo Di Caprio empezó a impresionar con cada film. Comparemos dos de ellos: "Diamantes de sangre” y "J. Edgar”.

En el primero compone el papel de un hombre dedicado al tráfico de diamantes en África, que luego lleva a una gran empresa de la joyería mundial. En J. Edgar, protagoniza al Hoover, el mentor y líder del FBI desde fines de la segunda década del S XX hasta su muerte en los 70’. El primero se maneja en un espacio de periferias de pobreza, esclavitud, generación de indignidad humana y desarrollo de capitales de sangre. El segundo sólo quiere el centro de todo, y se asegura permanecer en ese rol desde la Oficina Federal de Investigaciones de los Estados Unidos, sospechando del entorno del presidente, de su familia o de cualquiera. En la película ambientada en África Di Caprio termina optando por la periferia, aunque no ya para sangrarla sino para defenderla y dignificarla. En el filme del FBI encarna al que termina solo en su centro de poder, sin nadie a su lado. ¿Dónde se está seguro y dónde se es débil? ¿Dónde está la noticia? ¿Dónde está lo importante? ¿Dónde colocarse, por quién optar?

Fuera de esos personajes hay quien se siente en el centro y pretende ampliarlo con su poder por el riesgo de que crezcan otros centros que sean libres, dignos, autónomos y obviamente opositores. Para estos líderes, las guerras o hipótesis de guerra son el método lógico y las razones siempre afloran, el sentido de extenderse parece lógico, aún la solidaridad se esgrime como discurso de ese "gran hermano” y gendarme del mundo que lee la historia como si fuese dueño y señor de la misma.


En las periferias están otras personas, igualmente humanas, con sus historias pequeñas, cotidianas, pobres, con un sinsentido aparente y una pronosticada ausencia en cualquier libro de historia. No parece que harán nada por la humanidad, salvo existir…o sobrevivir. Están en todos lados. Tal vez una de nuestras historias es periférica.

Se puede observar a quienes miran la vida "políticamente”, como si nada pudiese existir sin una vinculación con un partido, un gobierno o una política. Muchas veces sienten cierto escozor o alergia por la palabra "privado”, individual, no gubernamental. En esas personas hay alarma cuando no son "la” noticia, cuando las estadísticas sobre su imagen caen, cuando parece que su ascenso de poder político entra en un callejón sin salida. Sentirse centro por el camino político partidario es para muchos un esfuerzo eterno por estar siempre en el centro.

Algunos teocentrismos islámicos africanos o de Oriente Medio muestran eso y la Iglesia Católica u otras confesiones religiosas no escapan a esta pasmosa normalidad.  El mismo Vaticano ha sido definido como "Vaticano-céntrico” por el Papa: "esta visión Vaticano-céntrica se olvida del mundo que la rodea. No comparto esta visión y haré lo posible para cambiarla" le dijo hace un par de semanas a Eugenio Scalfari, del diario La Repubblica, de Italia.

La tentación de J. Edgar Hoover es la de narciso adulado por los cortesanos, que como una auténtica adicción crece sin detenerse, recuerda las periferias pero para que no desaparezcan, para que quede claro cuál es el centro y quién está allí; es el deseo de acaparar una lucha a favor de la soledad total, donde el poder también se lo pretende totalmente. Puede ser el clericalismo criticado por Francisco, o la tecnocracia financiera que corroe cualquier plan económico serio, o la disposición de algunos políticos/as para estar en un estado de permanente campaña.

La opción de valorizar las personas de las periferias es la que considera la sacralidad de sus existencias, la libertad de sus cotidianeidades, la autonomía de sus decisiones. Es la que promueve el sano pluralismo que construye comunidad de diferentes, es la que entiende el espacio central que puede ocupar circunstancialmente pero para escuchar las necesidades, los deseos, las desilusiones, la desesperación, para acompañar al cultivo de nuevas esperanzas, nuevas convicciones y anhelos, y un renovado amor y paz. Es la opción que reconoce el poder de todos, más allá de centros y periferias.

Desde hace mucho tiempo se ha querido otorgar el Nobel de la Paz a quienes optan por las periferias. Casi siempre ha sido así, y la excepción dada a un presidente de la actualidad ha chocado tanto que el mundo ha visto claramente que la paz es una opción de dignificación de los que sufren, no de extensión de los centros de poder mediante la guerra. El hecho es claro: el ombligo del mundo es para estrecharse las manos, no para quedarse allí. La realidad es la de las periferias, donde la historia brota y vale la pena construir. Es donde se honra la vida.
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