Salud

“Pensé que tenía coronavirus, pero era dengue grave y me sentía morir”: la dura declaración de una paciente

Sofía es una mujer de 31 años que padeció las consecuencias graves del dengue en su cuerpo. Ella pensaba que tenía coronavirus pero era dengue.
martes, 5 de mayo de 2020 08:29
martes, 5 de mayo de 2020 08:29

Cuando la ambulancia tocó el timbre de su casa, Sofía Gardella (31) fue hasta la puerta agarrándose de las paredes. “No tenía fuerza ni para caminar”, describe la joven en charla con Infobae. Esa noche se acostó más temprano de lo habitual. Había pasado por la guardia del Hospital Pirovano donde, después de un análisis de sangre y varias horas de espera, le aseguraron que no tenía coronavirus. Pero jamás le advirtieron que podía tener dengue. El alivio le duró poco. Durante la madrugada, se despertó con una puntada en el estómago que la expulsó hasta el baño. “Tenía una descompostura atroz y no paraba de vomitar”, repasa. Fue en ese contexto que llamó a la ambulancia.

Del barrio de Saavedra, Capital Federal, Sofía es bailarina de tango y vive en una casa con jardín junto a sus perros y su gata. Los primeros días de abril -cuenta- comenzó a sentir malestar en el cuerpo y llegó a tener 40° de fiebre. Asustada, en medio del contexto de la pandemia, sabía que no podía tomar Ibuprofeno (según la OMS puede ser “un factor agravante” en las infecciones por coronavirus), entonces probó con un Paracetamol. Como la temperatura no disminuyó, decidió llamar al 107 para descartar que el suyo fuera un caso sospechoso de COVID-19.

“Me preguntaron si tenía tos, dolor de garganta o dificultad para respirar. Contesté que no y, como tampoco había viajado al exterior, ni había estado en contacto con personas que lo hubieran hecho, me dijeron que no me preocupara. Del dengue, en cambio, no me mencionaron ni una palabra”, sostiene.

Al día siguiente, cuando fue al baño, Sofía notó un sangrado en su orina que, en un principio, le atribuyó a un posible adelanto de su ciclo menstrual. Confinada en su domicilio, con miedo a salir de su casa, decidió consultar por teléfono con una médica ginecóloga, amiga de su mamá. La mujer le dijo que podía tratarse de una infección pélvica, aunque no descartaba un posible caso de dengue.

Como la fiebre no le bajaba y el sangrado persistía, Sofía decidió ir a la guardia de la Clínica Adventista de Belgrano, donde le sugirieron que se hiciera una ecografía para asegurarse de no tener una infección en la pelvis. “Me comuniqué con el Centro Rossi para pedir un turno. Me preguntaron qué síntomas tenía y, cuando les comenté que tenía fiebre, me contestaron que por protocolo no podían recibirme”, cuenta la joven que, entre una cosa y otra, llevaba cuatro días sin un diagnóstico certero.

Desesperada, un día más tarde, se presentó en la guardia del Hospital Pirovano. “Me mandaron al salón de los febriles, donde había otras cuatro personas. Lo único que pensaba era: ‘Si no tengo dengue, de acá me voy con COVID-19’”, cuenta Sofía. Al final, le sacaron sangre y cinco horas después le dieron el resultado. “Me dijeron que tenía bajas las plaquetas y los leucocitos, pero que me quedara tranquila que no era coronavirus. Así como estaba, me mandaron a mi casa”, sostiene.

Esa misma noche, comenzó con una picazón en las palmas de las manos que, en pocas horas, se trasladó al resto del cuerpo: brazos, panza, espalda y piernas. Después vinieron los retorcijones en el estómago y los vómitos, que la obligaron a la llamar de urgencia a la ambulancia.

El diagnóstico

Cuando llegó al Sanatorio de La Trinidad, le diagnosticaron dengue grave (N. de la R.: a diferencia del dengue clásico se manifiesta con dolor abdominal intenso, vómitos constantes y sangrado de encías, nariz u orina) y le explicaron que iba a necesitar una transfusión de sangre porque tenía muy bajas las plaquetas. “Para ese momento ya no tenía fiebre, pero sentía que el cuerpo me quemaba. La picazón era como una especie de fuego que venía desde la sangre”, recuerda.

Al dolor físico y el “rash cutáneo” (así se llama a la erupción que provoca la picadura de dengue), se le sumó una cuota de angustia. “Estaba sola en la clínica, no podía recibir visitas y todo el contexto del hospital me daba miedo. Los médicos venían a atenderme todos tapados porque podían ser portadores asintomáticos de coronavirus. Como si fuera poco, se me hincharon las manos y los tobillos: no tenía ni fuerza para abrir una botella de agua. En un momento pensé que no iba a poder bailar nunca más”, cuenta Sofía. Hace una pausa y agrega: “Ahí entendí porque al dengue le dicen la fiebre rompehuesos”.

Fuente: Infobae

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