Laura Chamarez es una gran luchadora. Durante 20 años trabajó como moza en un bar. De grande, estudió docencia y hace ocho años que ejerce como reemplazante. En noviembre le detectaron un tumor, la operaron en enero y luego empezó la quimioterapia. Como no es titular, no puede faltar porque perdería el trabajo y la obra social, algo que no se permite siquiera pensar en este momento. Así se levanta cada lunes para llegar al aula y dar las clases.
Sus compañeras de trabajo la admiran y con razón. "Laura nos muestra una cara distinta del cáncer: la de que se puede seguir adelante, a pesar de todo", la definió Yaqueline Bertollini, una de sus compañeras que compartió esta historia a través de una Carta de los Lectores que publicó este diario.
Laura es rosarina, estudió en una escuela técnica y, cuando terminó, empezó a trabajar en el bar de una estación de servicio. A la vez, comenzó el profesorado de economía y administración. Luego hizo una tecnicatura en recursos humanos, mientras continuaba trabajando en el bar y también, durante un tiempo, lavando el cabello en una peluquería.
Durante 20 años fue moza y hace ocho una amiga le comentó que buscaban una docente en una escuela secundaria, y le preguntó si ella se animaba a dar clases porque su título la habilitaba para todas las materias contables.
Así empezó hace ocho años y sigue hasta el día de hoy. "A los 38 arranqué a dar clases y el primer día en el aula me di cuenta de que mi vocación era la docencia", cuenta Laura emocionada. "No sabía que me iba a gustar tanto", confiesa.
Actualmente, cumple tareas en dos escuela secundarias, en todos los casos como reemplazante, algo que hasta el momento no le había supuesto ningún inconveniente, hasta noviembre del año pasado, cuando su vida dio un giro inesperado.
La mujer sentía una molestia y consultó al médico. No esperaba el diagnóstico que le dieron. Tenía cáncer y necesitaba una cirugía de manera urgente.
"Me operaron el 22 de enero y por suerte fue todo en vacaciones. Luego me enteré de que me tenía que hacer quimioterapia y entonces empecé a solicitar que por favor me la aplicaran los sábados para no tener que faltar a clases porque, como soy reemplazante, si faltás, perdés el trabajo", explica.
"No tenía ni idea de cómo iba a reaccionar, pero quería hacerla un día que no trabajara", agrega.
Así arrancó su tratamiento, sin victimismos, y con muchas ganas de seguir adelante con su vida normal. Y gran parte de eso tiene que ver con continuar con su trabajo.
"Me resultó muy duro perder el cabello", apunta. "No sabía cómo me iban a recibir los chicos en la escuela, tenía miedo", cuenta.
Sin embargo, su actividad se convirtió en un bálsamo para los tremendos momentos que estaba viviendo. "Los chicos son los que más naturalmente tomaron la enfermedad. Les expliqué lo que me pasaba y por qué me iban a ver con un turbante o un pañuelo en la cabeza, y ellos no tuvieron problemas, al contrario. Lo pudimos hablar y hasta se animan a hacerme preguntas", cuenta sonriente pensando en sus alumnos.
"Lo que más me gusta es escuchar a los chicos mientras estoy dando alguna actividad. Un día llegué al aula y me dijeron que el pañuelo negro no me quedaba bien, que me pusiera el violeta. Y día a día me preguntan cómo me fue en la semana. Son adolescentes, pero tienen una madurez que a veces nos falta a los adultos", señala la mujer que cada lunes la desafía a ponerse en pie para continuar con la rutina a pesar de todo.
Laura no es la única que atraviesa esta situación. Tiene una compañera docente que tiene dos hijos y también está con tratamiento de quimioterapia. "Si tenés que vivir y trabajar no podés faltar. Pero a mí no me importa porque los pibes te devuelven todo, te tiran para adelante, te quitan toda la amargura", asegura la docente de zona sur que, apenas se siente bien, aprovecha para seguir adelante con su vida social. Sale con sus amigas, le gusta mucho el café express y sabe determinar si está bien hecho. No en vano trabajó 20 años en un bar, y lo cuenta con orgullo.