Abril

El drama de la nena que desapareció en Punta Indio

Buscaba en Punta Indio lo que, en efecto, había sido una exploración frecuente y nómade en su vida adulta: en anteriores experiencias, ya había probado suerte en Córdoba, en Verónica y en otros pueblos cercanos al Río de La Plata.
jueves, 17 de octubre de 2019 07:57
jueves, 17 de octubre de 2019 07:57

Magdalena C., de 35 años y criada en La Plata, había llegado a Punta Indio en 2017 con sus dos hijas, de por entonces 8 (A. se preserva su identidad por ser menor de edad) y 2 años. Se instaló en una casa a pocos metros del río en una apuesta que, según su entorno íntimo, combinaba aspectos ideales de su idiosincrasia: un terreno grande y rodeado de naturaleza, un entorno de silencio y canto de pájaros al alba, un campo con huerta y sin animales por su militancia en el veganismo. Buscaba en Punta Indio lo que, en efecto, había sido una exploración frecuente y nómade en su vida adulta: en anteriores experiencias, ya había probado suerte en Córdoba, en Verónica y en otros pueblos cercanos al Río de La Plata.

Pero lo que pocos sabían de ella era que su anhelo de vida idílica tenía, como suele ocurrir en estas historias, una cara de infortunio, una suerte de pasado que borrar. El padre de A. había fallecido antes de que la niña naciera. Y tiempo después, en Córdoba, Magdalena había vivido un suceso atroz: su pareja de entonces había abusado sexualmente de A. Enterada del hecho, Magdalena lo denunció y la justicia dictó sentencia. El hombre hoy continúa preso por esta causa en esa provincia, confirman varias fuentes judiciales.

La vida de Magdalena, comenzado el 2019, sufrió nuevos reveses. Refugiada con sus hijas en su casa de Punta Indio y bajo vaivenes económicos, no le era fácil conciliar una estabilidad emocional. Había conflictos familiares que le costaba resolver y junto a sus padres y con la intervención del servicio local de Niñez y Adolescencia, entonces, decidieron que A. fuera a vivir a la casa de ellos, en City Bell, por un lapso cercano a los 50 días.

Mientras tanto, todos empezaron una terapia familiar en La Plata. “Durante ese tiempo que vivió con sus abuelos, Magdalena nunca dejó de tener contacto con su hija. Y también con ellos fue consensuado que hace aproximadamente 16 días la nena volviera a Punta Indio. Ella había pedido regresar y en la familia estuvieron de acuerdo”, cuenta a Infobae una empleada del servicio local de Niñez y Adolescencia.

Fue en ese tiempo que Magdalena conoció a una nueva vecina, Victoria Agüero, de 33 años. A fines de marzo de 2019, Victoria había llegado con su pareja, Emanuel Eric Rivarola, de 21, tras vivir en la casa de la familia de Rivarola en Merlo. A los Rivarola, Victoria no les agradaba, se hablaban poco.

En aquel momento en Punta Indio, vivía con ellos uno de los dos hijos de Victoria pero luego se fue a Buenos Aires y la pareja quedó sola, Victoria no habría vuelto a tener contacto con el chico. Victoria y Emanuel tuvieron el sentido de oportunidad que muchos tienen con Punta Indio, un paraje costero que, además de un entorno boscoso y selvático, ofrece un aislamiento para vidas que necesitan de anonimato, calma y vivienda. Porque si hay algo que proliferan en la zona son las casas y los terrenos abandonados. En efecto, Victoria y Emanuel se instalaron en una finca en el centro de Punta Indio, a la vista de todo el mundo. Por eso, quizás, una de las vecinas llamó a la policía y en pocos minutos un patrullero fue a visitarlos.

“Lo que llamó la atención fue que eran dos extraños que de repente querían vivir en una casa al paso de los transeúntes. Entonces vino la policía, charló con ellos, a sabiendas que el terreno lo estaban usurpando, pero no tuvieron mayores problemas. Acá es usual que la gente ocupe las tierras. Hay algunos que la usan como especulación inmobiliaria para alquilarlas en el verano, hay otros que quieren una vida más tipo hippie y otros simplemente buscan un lugar tranquilo donde vivir, cerca del río y lejos de la ciudad. Se hacen cargo de los impuestos y empiezan a habitarla”, cuenta Vanessa, una joven que vive en la zona. Todavía no queda claro para los funcionarios de la zona si la casa fue usurpada, Agüero y Rivarola dicen haberla comprado.

Varios lugareños desmintieron que exista una comunidad hippie, tal como ocurre en otros lugares del país como en San Marcos Sierra o El Bolsón. “Creen que somos menonitas en Punta Indio”, ironiza Vanessa, una vecina, sobre los relatos que circularon sobre ellos. Y agrega: “Acá hay gente de todos los palos. Hay laburantes, pescadores, docentes, gente que vive una vida más informal y otros que son más hippies. Lo que sobresale es que hay muchos que se construyen su propia casa con diseño de permacultura y hacen su propia huerta con la participación de vecinos. Y un grupo también nos organizamos y hacemos movidas culturales y políticas, con la participación de una radio comunitaria, como las que realizamos para pedir justicia por el asesinato de Sebastián Nicora, un caso de gatillo fácil que ocurrió en la misma playa donde A. había ido a buscar su muñeca antes de desaparecer”.

Pero no todas las viviendas son de permacultura: en un recorrido por el lugar se comprueba que, además de casas sencillas de material, también conviven casillas precarias de chapa y madera junto a casaquintas y cabañas, destinadas al turismo que llega a partir de diciembre, en temporada. Y el cinturón costero está repleto de kioscos, comidas al paso, alquiler de botes y venta de carnadas y cañas: una de las actividades centrales de Punta Indio, más allá de la religiosa siesta pueblerina, suele ser la pesca.

Nada de eso pareció importarle a Victoria, dibujante y fanática del manga, que con el correr del tiempo se fue ganando la confianza de Magdalena y se encariñó especialmente con A. Las visitas a su casa comenzaron a ser más habituales, y la incipiente amistad se rompió cuando Magdalena notó que la relación con su hija era atípica. “Sintió una intromisión cada vez más intensa", dice una importante fuente de las pericias psicológicas del caso :"Magdalena veía cómo Victoria la cuestionaba en la crianza de A., cómo le decía que tenía que hacer tal o cual cosa, cómo se metía en su educación. Entonces le puso un paño frío a la relación. Creemos que eso habría enfurecido a Victoria”.

Cuatro días antes de su detención, cuando no había piste firme sobre la desaparición de A., Victoria Agüero recibía a las cámaras de televisión en su casa, distante a tres cuadras de la de Magdalena. Para los casi 600 habitantes de esta localidad que en verano suele ser el balneario más popular de la zona, no era un rostro demasiado conocido. Para los televidentes, sin embargo, su irrupción parecía la de una heroína.

Las palabras sonaban convincentes. Victoria se predisponía, incluso, a ser investigada y decía, casi en tono irónico, que la policía le había secuestrado su celular: “No van a encontrar nada raro porque no tengo nada que ocultar. Soy un simple ilustradora, dibujante”. Luego, con la mirada tímida debajo de anteojos cuadrados, contaba también que era enfermera, que tenía dos hijos y que había visto a A. antes que desapareciera el miércoles pasado a la tarde, en la playa El Pericón.

“Magdalena estaba forzando a su hija a ser hippie. A. no quería estar ahí, la pasaba mal, seguro se fugó por su cuenta. La denuncié a su madre por malos tratos. Pedí la guarda de A.”, dijo Agüero.

Lo que tal vez Victoria Agüero no se imaginaba era que su relato estaba siendo observado con lupa por los investigadores. A ellos no les llamaría la atención que dijera que con A. leían la biblia en su casa ni que era seguidora de los Testigos de Jehová ni que por último mirara a cámara y dijera a viva voz, suplicando: “A. volvé, tu mamá no va a volver a hacerte nada”. Los desvelaban otros datos: esa supuesta denuncia no existía en sede judicial y, además, tampoco había pedido la guarda formal de A. El foco se fue centrando, lentamente, en ella y su pareja Emanuel. Victoria pasaría de heroína a villana, en uno de los casos más extraños de la historia reciente, algo para los psicólogos y psiquiatras forenses, y no para los equipos de criminalística.

Es que, hasta que se anunció la aparición de A. este martes en las primeras horas de la mañana, el pueblo desayunaba con la versión de la “mala madre” en los noticieros de turno. Todos apuntaban a Magdalena y sus supuestos maltratos y agresiones, a Magdalena y sus negligencias como madre hippie, a Magdalena y sus irresponsabilidades familiares.

“El plan de Victoria fue demonizarla mientras aparentaba una supuesta preocupación como buena vecina", agrega otro investigador principal: "Lo raro fue que la única vez que apareció Magdalena en cámara fue dando una entrevista al borde de las lágrimas, diciendo incluso frases confusas como ‘Ella lo sabe todo’. Nos preguntábamos cómo no salía a defenderse públicamente, ni tampoco sus padres, más teniendo en cuenta que su papá había sido decano de la facultad de Ciencias Naturales y su palabra tenía cierto prestigio”.

Fuente: Infobae

Comentarios