jueves, 25 de julio de 2013
11:11
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Luego descendió caminando entre la gente mientras lucia una corona de flores de colores sobre su sotana blanca. Una multitud lo aguardaba, resguardándose de la lluvia con paraguas. Ésta no es una realidad nueva para el papa, quien, como arzobispo de Buenos Aires,dedicó mucho de su tiempo y energía a recorrer las periferias de la capital argentina: el entonces cardenal Jorge Bergoglio enviaba siempre a los mejores sacerdotes a los vecindarios más pobres y con ellos organizó una pastoral villera que se destacó y se destaca aún por su lucha para sacar a los jóvenes de la droga.
"Cuando venga a mi casa, besaré los pies del papa Francisco”, decía emocionada Amara Marinha, de 82 años, una de las vecinas cuyo humilde hogar fue elegido para la visita papal, en este barrio muy golpeado por la criminalidad, al punto que algunos lo llamaban"franja de Gaza”. Por lo menos así era, hasta enero de este año, cuando las autoridades lo incluyeron en su programa de pacificación.
Antes de viajar a Lampedusa, la isla italiana que alberga a miles de inmigrantes norafricanos que huyen de la violencia y la miseria, el papa había exhortado a los católicos a ir a "las periferias geográficas y existenciales del mundo”.
Y si una realidad simboliza esas periferias es, sin dudas, la que representan las favelas o villas miserias que jalonan todas las grandes ciudades latinoamericanas, evidenciando que, pese al crecimiento económico de estos años, la justicia social es todavía una deuda.