Anticipo

El prologo de una publicación que tendrá un alto en el mundo

Francisco propone reflexionar sobre los males que invaden a las sociedades actuales y perjudican la vida de miles de hombres y mujeres.
sábado, 29 de junio de 2013 08:48
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Buenos Aires, 8 de diciembre de 2005

Sabemos que todos somos pecadores pero lo nuevo que se incorporó en el imaginario colectivo es que la corrupción pareciera formar parte de la vida normal de una sociedad, una dimensión denunciada pero aceptable del convivir ciudadano. (…)

[La] debilidad humana, unida a la complicidad, crea el humus apto para la corrupción. Nos hará mucho bien, a la luz de la palabra de Dios, aprender a discernir los diversos estados de corrupción que nos circundan y amenazan con seducirnos. Nos hará bien volver a decirnos unos a otros: "¡pecador sí, corrupto no!”, y decirlo con miedo, no sea que aceptemos el estado de corrupción como un pecado más.

"Pecador, sí”. Qué lindo es poder sentir y decir esto y, en ese momento, abismarnos en la misericordia del Padre que nos ama y en todo momento nos espera. (…) ¡Pero qué difícil es que el vigor profético resquebraje un corazón corrupto! Está tan abroquelado en la satisfacción de su autosuficiencia que no permite ningún cuestionamiento. "Acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios” (Lc 12,21). Se siente cómodo y feliz (…) y si la situación se le pone difícil conoce todas las coartadas (que) adelantó la filosofía porteña de "el que no afana es un gil”. El corrupto ha construido una autoestima basada precisamente en este tipo de actitudes tramposas, camina por la vida por los atajos del ventajismo a precio de su propia dignidad y la de los demás. (…) Y lo peor es que termina creyéndoselo. (…)

Una de las características del corrupto frente a la profecía es un cierto complejo de incuestionabilidad. Ante cualquier crítica se pone mal, descalifica a la persona o institución que la hace, procura descabezar toda autoridad moral que pueda cuestionarlo, recurre al sofisma y al equilibrismo nominalista-ideológico para justificarse, desvaloriza a los demás y arremete con el insulto a quienes piensan distinto (cf Jn 9,34). El corrupto suele perseguirse de manera inconsciente, y es tal la irritación que le produce esta auto-persecución que la proyecta hacia los demás y, de auto perseguido, se transforma en perseguidor. (...) Persiguen imponiendo un régimen de terror a todos aquellos que los contradicen (cf Jn 9,22) (…).

 

CORRUPCIÓN Y PECADO

ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO AL TEMA DE LA CORRUPCIÓN

Buenos Aires, 1991


Hoy en día se habla bastante de corrupción, sobre todo en lo que concierne a la actividad política. (…) Y, sin embargo, toda corrupción social no es sino la consecuencia de un corazón corrupto. (..) Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones (…).

"Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21). Conocer el corazón del hombre, su estado, entraña necesariamente conocer el tesoro al que ese corazón está referido, el tesoro que lo libera y lo plenifica o que lo destruye y esclaviza; en este último caso el tesoro que lo corrompe. (…)

El pecado, sobre todo si es reiterativo, conduce a la corrupción, pero no cuantitativamente (tantos pecados provocan un corrupto) sino cualitativamente, por creación de hábitos que van deteriorando y limitando la capacidad de amar (…).

Podríamos decir que el pecado se perdona, la corrupción no puede ser perdonada. Sencillamente porque en la base de toda actitud corrupta hay un cansancio de trascendencia: frente al Dios que no se cansa de perdonar, el corrupto se erige como suficiente en la expresión de su salud: se cansa de pedir perdón.

Este sería un primer rasgo característico de toda corrupción: la inmanencia. En el corrupto existe una suficiencia básica, que comienza por ser inconsciente y luego es asumida como lo más natural. (…) "Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida” (Lc 12,19). Y, de manera curiosa, se da un contrasentido: el suficiente siempre es –en el fondo- un esclavo de ese tesoro, y cuanto más esclavo, más insuficiente en la consistencia de esa suficiencia. Así se explica por qué la corrupción no puede quedar escondida: el desequilibrio entre el convencimiento de auto-bastarse y la realidad de ser-esclavo del tesoro no puede contenerse. Es un desequilibrio que sale fuera y, como sucede con toda cosa encerrada, bulle por escapar de la propia presión…y –al salir- desparrama el olor de ese encerramiento consigo mismo: da mal olor. (…)

El corrupto no percibe su corrupción. Sucede lo que con el mal aliento: difícilmente el que tiene mal aliento se percata de ello. Son otros quienes lo sienten y se lo deben decir. De aquí también que difícilmente el corrupto puede salir de su estado por remordimiento interno. Tiene anestesiado el buen espíritu de esa área. Generalmente el Señor lo salva con pruebas que le vienen de situaciones que le toca vivir (enfermedades, pérdidas de fortuna, de seres queridos, etc.) y son éstas las que resquebrajan el armazón corrupto y permiten la entrada de la gracia. Puede ser curado.

De ahí que la corrupción, más que perdonada, debe ser curada.  (…)

En la conducta del corrupto la actitud enferma resultará como destilada y, a lo más, tendrá la apariencia de debilidades o puntos flojos relativamente admisibles y justificables por la sociedad. Por ejemplo: un corrupto de ambición de poder aparecerá –a lo sumo- con ribetes de cierta veleidad o superficialidad que lo lleva a cambiar de opinión o a reacomodarse según las situaciones: entonces se dirá de él que es débil o acomodaticio o interesado… pero la llaga de su corrupción (la ambición de poder) quedará escondida. Otro caso: un corrupto de lujuria o avaricia disfrazará su corrupción con formas más aceptables socialmente, y entonces se presentará como frívolo. Y la frivolidad es mucho más grave que un pecado de lujuria o avaricia, simplemente porque el horizonte de la trascendencia ha cristalizado hacia un más acá difícilmente reversible. El pecador, al reconocerse tal, de alguna manera admite la falsedad de este tesoro al que adhirió o adhiere… el corrupto, en cambio, ha sometido su vicio a un curso acelerado de buena educación; esconde su tesoro verdadero, no ocultándolo a la vista de los demás sino reelaborándolo para que sea socialmente aceptable. Y la suficiencia crece… comenzará por la veleidad y la frivolidad, hasta concluir en el convencimiento, totalmente seguro, de que uno es mejor que los demás (…).

[Para] un veleidoso, una persona que procura tener claros los límites morales y no los negocia, es un fundamentalista, un anticuado, un cerrado, una persona que no está a la altura de los tiempos. (…)

El triunfalismo es el caldo de cultivo ideal de actitudes corruptas, pues la experiencia les dice que esas actitudes dan buen resultado, y así se siente en ganador, triunfa. El corrupto se confirma y a la vez avanza en este ambiente triunfal. Todo va bien. (…)

El corrupto no tiene esperanza. El pecador espera el perdón… el corrupto, en cambio, no, porque no se siente en pecado: ha triunfado. (…)

Cuando un corrupto está en el ejercicio del poder, implicará siempre a otros en su propia corrupción, los rebajará a su medida y los hará cómplices de su opción de estilo. Y esto en un ambiente que se impone por sí mismo en su estilo de triunfo, ambiente triunfalista, de pan y circo, con apariencia de sentido común en el juicio de las cosas y de sentido de viabilidad en las opciones variadas. Porque la corrupción entraña ese ser medida, por ello toda corrupción es proselitista. El pecado y la tentación son contagiosos… La corrupción es proselitista.

Esta dimensión proselitista de la corrupción [podría] encuadrarse en el plan de lucha de Lucifer, como caudillo, que San Ignacio presenta en los Ejercicios (Espirituales). (…)

La corrupción no es un acto, sino un estado, estado personal y social, en el que uno se acostumbra a vivir. Los valores (o desvalores) de la corrupción son integrados en una verdadera cultura, con capacidad doctrinal, lenguaje propio, modo de proceder peculiar. Es una cultura de pigmeización por cuanto convoca prosélitos para abajarlos al nivel de la complicidad admitida. (…) Es una cultura de restar; se resta realidad en pro de la apariencia. La trascendencia se va haciendo cada vez más acá, es inmanencia casi… o a lo más una trascendencia de salón. (...)

Uno puede ser muy pecador y sin embargo no haber caído en la corrupción. (…) Y, sin embargo, también hay que afirmar que el camino hacia la corrupción es el pecado. (…) Uno puede ser reiterativo en pecados y no estar todavía corrupto; pero –a la vez- la reiteración del pecado puede conducir a la corrupción. (...)

Esto puede aplicarse al religioso corrupto. Que los hay, los hay. (…) No quiero referirme aquí a los casos obvios de corrupción, sino más bien a estados de corrupción cotidianos, que yo llamaría veniales, pero que estancan la vida religiosa. ¿Cómo se da esto?

El Beato Fabro daba una regla de oro para detectar el estado de un alma que vivía tranquilamente y en paz: proponerle algo más. Si un alma estaba cerrada a la generosidad reaccionaría mal. El alma se habitúa al mal olor de la corrupción. Sucede que en un ambiente cerrado: sólo quien viene de afuera se percata de la atmósfera enrarecida. Y cuando se quiere ayudar a una persona así, el cúmulo de resistencias es indecible. (…)

Cuando Moisés anuncia a los israelitas el plan de Dios, "ellos no quisieron escucharlo, porque estaban desalentados a causa de la dura servidumbre” (Ex 6,9). (…)

[Elías] no es capaz de sobrellevar la soledad de un triunfo en Dios. (…) Ahí está el nudo del asunto: un proceso de dolor siempre bajonea; el haber probado derrotas conduce al corazón humano por el camino de acostumbrarse  a ellas, para no extrañarse ni volver a sufrir si surge otra. (…)

El corazón no quiere líos. Hay temor a que Dios se meta y nos embarque en cambios que no podamos controlar. (…) Con esto se va gestando un fatalismo; los horizontes se van achicando a la medida de la propia desolación o de la propia quietud. Se teme a la ilusión, y se prefiere el realismo del menos a la promesa del más… y uno se olvida que el realismo más realista de Dios se expresa en una promesa: "Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré…” (…) En este preferir el menos supuestamente realista hay ya un sutil proceso de corrupción: se llega a la mediocridad y a la tibieza (dos formas de corrupción espiritual) (…).
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