Historias

De las Sierras de Elizondo a la "escuela del Cielo": Javier, el maestro sanjuanino que cambia la historia

Desempeñó su carrera en escuelas de los lugares más desafiantes de San Juan y apuesta a hacer crecer a las comunidades de manera integral, más allá de la distancia y las limitaciones.
domingo, 11 de septiembre de 2022 14:10
domingo, 11 de septiembre de 2022 14:10

La vocación se descubre de muchas maneras y marca no sólo la propia vida sino la de muchas personas. La docencia tiene ese privilegio y Javier Ortiz la abrazó con todo su ser. Emprendedor, de espíritu inquieto y muy sociable, pasó 16 años viajando entre las sierras para llegar a dar clases en Valle Fértil y ahora, forma alumnos muy cerca de la Cordillera en Iglesia.

Su labor en la escuela albergue "Marcos Justiniano Gómez Narváez" en Sierras de Elizondo, en Valle Fértil, incluso le valió una postulación a los reconocidos premios "Global Teacher Prize", de la Fundación Varkey, en colaboración con la UNESCO.

Diario La Provincia SJ lo contactó para conocer su historia en el día del Maestro y recordó su trayectoria, con amor y emoción. "Estudié de grande, siguiendo la guía de mi papá que siempre nos impulsó a trabajar. Vengo de una familia humilde, de 8 hermanos y en la que perdimos a mi mamá, cuando tenía 11 años. Mi papá siempre trabajó, desde buscando minerales en los cerros hasta como chacarero y cuidador de una finca. Mi mamá, recuerdo, siempre nos impulsó a estudiar para salir adelante". Por eso, él decidió aprovechar la oportunidad de estudio que le brindaba Valle Fértil con el profesorado de Enseñanza Primaria. Sus hermanos eligieron también la docencia y uno de ellos, la abogacía.

Javier, en viaje por las Sierras de Elizondo. Trabajó allí por 16 años.

En ese entonces, Javier vio en la docencia una forma, además, de sostener a la familia que había formado y en la que una hija lo motivaba a buscar trabajo en las aulas. Fue así como le llegó la posibilidad de llegar a su cargo seguro en la escuela, aunque eso le significara ir hasta Sierras de Elizondo, con una rutina de viajes a lomo de mula por caminos sinuosos y estar muchos días lejos de su familia. "La idea era tomar ese cargo Interino, luego titularizar y estar allí un par de años más. Era complicado llegar allí pero me terminé enamorando del lugar, me quedé y así pasaron 16 años. Los chicos eran como mis hijos. Fui poniéndome objetivo tras objetivo, a medida que progresábamos".

Recuerda lo díficil de viajar a lomo de mula por 8 horas, tramos extensos a pie o con la ayuda de una moto enduro. Sin embargo, nada reemplazaba la alegría de trabajar en esa comunidad en la que era el maestro, el profe o simplemente, Javier. Pero con jornadas de 10 días de trabajo intenso por 5 de descanso, era imposible no querer a la comunidad. "Lo hermoso es que uno puede aprovechar el tiempo al máximo. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, no nos sacamos "la corbata" en todo el día. Todo el día somos docentes; todo el día somos ejemplo para nuestros alumnos. Educamos, aconsejamos y siempre estamos haciendo cosas", remarca. Compartía sus días con celadores,personal de servicio, docentes itinerantes para ciclo básico y profesores de especialidades en Sierras de Elizondo.

"Al principio, teníamos una luz de 12 Volts, como la de los autos viejos. Era una luz amarilla que nos servía apenas para ver pero no para leer. Y para comunicarnos, teníamos un equipo de radio de la red provincial de comunicaciones. Todo era obsoleto y presentaba necesidades. Entonces, empezamos a trabajar", expresó.

Fue así como amigos de Valle Fértil le donaban desde tambores para agua y mangueras hasta una antena de televisión satelital. Para poder tener ese servicio consiguió un grupo electrógeno y con un TV blanco y negro, veía una hora de televisión con los alumnos. A la par, fueron pintando y mejorando en lo que podían la escuela. Luego, con apoyo de los padres, también pudieron comprar una nueva TV para poder entretenerse "a color".

Las obras del maestro Javier fueron aún más allá al lograr que hubiera una pileta de más de 100 mil litros para abastecer de agua a la comunidad. "Todo esto fue gracias a donaciones y los padrinos fueron claves en esto: Hugo y Carmen Rey, a los que le mando un fuerte abrazo", dice emocionado.

Fueron años de participar en actos, desfiles y la semana de las escuelas albergues en Capital, siempre con el objetivo de mejorar. Fue así que se preocupó por preparar a sus alumnos del ciclo básico del Secundario para un concurso de conocimientos y ganaron al competir con escuelas de todo Valle Fértil. "Me sentí parte del logro y como director, en ese momento, pude decirme: "estoy haciendo lo que tengo que hacer". Me tomé todo con responsabilidad", señaló.

Tal era el cariño de Javier por sus chicos que decidió implementar lo que allí no existía y que para otras comunidades es más que habitual: el festejo de los cumpleaños de los alumnos, agrupados en dos semestres, y el día del Estudiante y la Primavera. Para esa última fecha, llegaban participantes desde Astica a lomo de burro para participar de actividades especiales como partidos de fútbol y hasta carreras cuadreras. "Allí tenía 20 alumnos y llegué a tener 26. Iban chicos de jardín de infantes hasta tercer año del Ciclo Básico rural aislado y compartíamos esas celebraciones, en un día especial. Lo anunciábamos por la radio y generábamos entusiasmo", expresó.

Por otra parte, después del acto de fin de año, que hacían en las tardes para aprovechar la luz natural, llegaba la gran cena. "Hacíamos dramatizaciones, poníamos música y gracias a proyectos, adquirimos otro grupo electrógeno. Así, tras invitarlos, artistas del Valle Fértil iban a cantar para el cierre del ciclo lectivo. Pudimos poner más focos y hacer la fiesta más grande y linda", detalló. Incluso, llegaron a reunir dinero con un bono contribución, para poder pagar un servicio de música y más artistas. "Era una logística bárbara ya que teníamos que trasladar nafta como para poder tener una fiesta de 4 a 5 horas, en un lugar en el que no hay muchas celebraciones. Iban organizaciones invitadas, gente de comunidades vecinas y llegábamos a congregar 150 personas. Era fabuloso para Sierras de Elizondo", agregó.

A ello, se agregó después la fiesta de egresados que llevaba dos días de organización y dos de ordenar todo, post celebración.  Con esas experiencias, y por la entidad misma que fue adquiriendo la escuela, convocó a formar triunviratos de padres para tratar todo lo relacionado a los fondos que lograban y en qué se podían invertir.

También rescató los oficios de la zona: el tejido en telar y la talabartería en cuero. En el patio había un telar y una o dos veces por período iba una mamá, Margarita, a enseñar a tejer. Hacían mantas y alforjas y en cuero, creaban cintos guiados por el enfermero Wilfredo. Los insumos los compraban con los fondos otorgados por un proyecto especial. Todo lo exponían en la semana de las escuelas albergues y después, Javier propuso vender la producción y llegaron a la feria Internacional de Artesanías, por dos años. Margarita fue la expositora.

"El proyecto que se pensó por dos años, se extendió por cinco. Y lo más importante, en las casas se tejía en telar o se trabajaba en cuero. Generaban productos útiles para ellos, para su día a día. Aprendieron lo que hacían sus abuelos y padres", dijo.

Luego, llegó el momento de apostar por Internet. Y a la hora de buscar la utilidad del servicio, Javier dijo sí a la propuesta de implementar un sistema de telemedicina, con la Universidad Nacional de San Juan. Con bioingenieros y cardiólogos, monitorearon la salud de los vecinos a través de electrocardiogramas que realizaban con equipos especiales. Los estudios llegaban a los médicos y se conformaron historias clínicas con el seguimiento de los alumnos y de sus familias. Esa iniciativa lo llevó incluso a disertar en un congreso nacional. "Fue una experiencia muy linda; muy enriquecedora", marcó.

El cambio a la Cordillera

Tras muchos años, Javier gestionó su traslado de Sierras de Elizondo y lo esperaba un nuevo desafío. Así llegó a la escuela albergue Miguel Cané, en la localidad de Bauchazeta, en Iglesia, en diciembre del año pasado. Es conocida cariñosamente como "la escuela del Cielo", por su imponente paisaje que la acerca al "paraíso". A pesar de estar más lejos en kilómetros de sus seres queridos, el acceso puede ser en vehículos por un camino marcado.

"Tengo pocos niños; son 11 pero aunque se pudiera pensar que me sobra tiempo, es todo lo contrario. Faltan horas del día para lograr objetivos, porque cada uno tiene sus procesos. Es un día a día para conseguir esas metas que planteo para ellos y con el tiempo vamos a conseguir muchas cosas. La escuela me encanta", destaca.

Tiene un equipo de trabajo pequeño pero muy productivo. "Ya logramos hacer una huerta, gracias al apoyo de una empresa y la guía de ingenieros. También, he pedido donaciones para cerrar el predio de la escuela con tela romboidal para poder forestar. El lugar es espectacular, muy hermoso aunque al estar en la Cordillera el invierno es un poquito más largo", señaló.

Javier, en el imponente paisaje nevado de Bauchazeta.

Con la misma iniciativa, Javier puso manos a la obra para mejorar la escuela y reparar todo aquello que se necesitara. "Los elementos ya están en condiciones gracias a que todos los días nos ponemos el overol y trabajamos con los niños muy a gusto. Allí soy personal único: director y maestro. Los profesores itinerantes van una vez por período. Lo que más quiero es prepararlos lo mejor posible para cuando les toque tener continuidad educativa en otro colegio. Quiero que sean muy buenos alumnos pese a su situación socioeconómica desfavorable y a que sus papás no tienen un nivel elevado de estudios", detalló.

Por ello, alienta los viajes al Gran San Juan para que tengan nuevas experiencias."Ya salimos dos veces y me encantaría que, como pasó con mi anterior escuela, tengan posibilidad de conocer el mar, a partir de ser parte de la escuela. Lo dejo como inquietud para nuestro gobierno o una empresa", deslizó. 

La jornada inicia allí a las 7 de la mañana y mientras desayunan, los chicos escuchan radio. A las 9 hs. se iza la bandera y comienzan con las clases, con actividades dentro y fuera del aula. A las 13:30 hs. almuerzan y llega el tiempo de recrearse. A ello se suma la "hora de lectura", el tiempo de los deberes y luego, llega el momento de la "hora extendida" de 16 a 17 hs. Se trata de la iniciativa del Ministerio de Educación para reforzar contenidos de Lengua y Matemática. 

Luego de arriar la Bandera argentina, los chicos toman la merienda y nuevamente se recrean un rato con deportes. A las 20:30 hs. cenan y luego, pueden interactuar con computadoras y tablets antes de dormir.

A la rutina diaria, se suman visitas especiales de personas solidarias, agrupaciones de amigos, motoqueros e instituciones que llegan para llevarles donaciones y regalos a los chicos. "Nos donaron seis pinos que colocamos en el predio, en un inicio de la forestación. Allí hay un álamo gigante y la idea es colocar árboles a la vuelta del predio. En algún momento, va a quedar más hermoso. Es un proyecto personal, pensando en el futuro", destacó.  

El rol docente

Para Javier, "el docente rural que se une a comunidades como las que tuve oportunidad de conocer, se siente siempre en falta. Siempre hay algo por hacer y mejorar; por aprender más estrategias para enseñar y estar actualizado para dar herramientas a los chicos. Después de la cuarentena estricta por coronavirus, la escuela se volvió compleja, con muchos problemas a resolver en el aula. Uno quiere enseñar a partir de los valores y es difícil si los chicos tienen otra visión, como la del facilismo, la falta de la cultura del trabajo y hasta de la dignidad".

Manifiesta que el compromiso actual pasa por generar cambios en estas generaciones para que sean ellos los que disparen nuevos escenarios transformadores en San Juan y el país. 

La escuela Miguel Cané, conocida cariñosamente como "la escuela del Cielo".

"Uno hace lo mejor que puede y no con la mirada puesta en ganar dinero. El docente no gana dinero, se esfuerza mucho y ve que otras personas progresan más que uno. Pero la gratificación pasa por otro lado. Por ejemplo, me mantengo en contacto con los alumnos de mi exescuela y eso me llena de felicidad".

Más allá del camino recorrido, Javier no se imagina jubilado. "No lo pienso, no lo tengo en la cabeza. Nunca lo pensé y se me hace que está muy lejos. No sé, la siento tan lejos... Lo que me inspira es trabajar día a día y darlo todo donde estoy ahora. Entre las recompensas que me deja esta profesión están el abrazo de mis alumnos; los chicos que salieron de las Sierras para seguir estudiando para veterinarios y la más importante para mí: que mis hijos logren sus propósitos en la vida y sus sueños, a partir de lo que están estudiando", confesó. 

 

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