Lo tenía. River lo tenía. Había sido superior a Flamengo hasta los 20 minutos del segundo tiempo por presencia, determinación y también juego. Pero la quinta Libertadores se le escapó de las manos en poquito más de tres minutos. Entre los 43 minutos y 15 segundos y los 46.23, por esos dos goles de Gabriel Barbosa que dejaron al equipo de Marcelo Gallardo sin la frutilla del postre. Y con lágrimas en sus ojos.
El Muñeco, esa leyenda viviente de Núñez, pasó de un planteo inicial impecable a modificaciones, especialmente el ingreso de Pratto, que no aportaron soluciones, al contrario. Porque el Oso tomó decisiones erróneas en continuado. Primero, con dos remates al arco deficientes cuando tenía opciones de pase claras y después, con esa pérdida en ofensiva por una gambeta sin horizonte que derivó en el primer gol de Flamengo.
A esa altura, River había bajado lógicamente la intensidad en sus transiciones y padecía algunos cambios de ritmo de Flamengo, pero -salvo un atajadón de Armani con intervención del VAR incluida- no había pasado sobresaltos. Hasta que llegó ese 1-1 a poco más de un minutos de los 90. Y hasta que vino el golpe de gracia: Pinola había jugado un gran partido, pero no llegó al cruce en el empate parcial y perdió a Gabigol, ese animal del gol que ganó la final.
Ya lejos a esta altura quedan esos 70 minutos, y tal vez algo más, en los que River impuso condiciones y maniató el poder ofensivo de los brasileños. Lo hizo con rigor, con presión y con el esfuerzo de cada uno de sus jugadores. Ese esfuerzo también lo sintió al final. Vaya si lo sintió.
Faltaban apenas un puñado de minutos para que River siguiera siendo el dueño de América por el gol de Borré, pero dejó la corona de manera increíble. Un año después de ganarle a Boca en el Bernabéu y poco después de eliminar al eterno rival en la Bombonera, el equipo de Gallardo tenía más gloria servida en bandeja. Una bandeja que se le cayó de las manos...
Fuente: Olé.