Opinión

Cambio cultural

domingo, 31 de agosto de 2014 00:00
domingo, 31 de agosto de 2014 00:00
Por Ivan Grgic
 
Una cultura puede tener su origen esencial en un valle. Ser un valle implica un estilo de vida de quien concentra su ritmo cotidiano con los que conviven en esa cotidianeidad entre la tierra y el cielo. La grandeza y la pequeñez dependen casi exclusivamente de ese entorno y sus virtualidades auto descubiertas. Aún hoy hay comunidades que continúan con una milenaria cultura vallista, como nos sucedió en tiempos de Huarpes.

13 de junio de 1562 es más que la fecha de un acta fundacional, es la del cambio cultural. Las virtualidades del los habitantes del valle se expandieron enormemente, sabiendo que habían otros valles, otras culturas, otros desarrollos y otras historias. El camino de casi 500 años permitió salir, acoger, crecer y descubrir que había más virtualidades latentes. Unos talentos fueron autóctonos y les bastó otra mirada y tecnología para inaugurar algo nuevo. Otros fueron traídos directamente desde fuera, pero el valle les abrió las puertas para habitar. Y no faltó la alternativa del encuentro, aleación que permitió la originalidad local con algo de extranjero. Parecía que la cultura estaba en su cenit, solo bastaba esperar al visitante que quisiera estar con nosotros y salir, a veces, un rato por el mundo. 

Vivir cinco siglos de cara a la montaña, con el único ritmo de nuestra tierra, mirando el mar a la distancia, especializándose en la acogida, con amplificadores que pudiesen gritar al mundo las realidades conocidas que habían surgido en esta historia, llevando humanidad y sus trabajos, es de alguna manera, nuestra cultura. El oasis regado y labrado, la montaña madurada, las fuerzas entrelazadas para resurgir de los derrumbes y la creencia de poder llegar a los confines del mundo han marcado nuestro emprendedorismo. Y lo hemos logrado. Pero, ¿es nuestro techo? ¿Recibir y salir son los únicos caminos para nuestras virtualidades? ¿San Juan sólo puede tener la cultura de la estación terminal?

La firma de los protocolos de la "Entidad Binacional Túnel Internacional Paso Agua Negra” (Ebitan) es una respuesta negativa a esas preguntas. Los cinco siglos de Jufré son una segunda etapa de la cultura local, pero no es nuestro techo. Recibir y salir han sido una barca para trasladarnos a otro proceso que se nos presenta: ser parte de una red bioceánica, a la par del canal de Panamá. San Juan puede tener otro ciclo cultural, tan desconocido como la llegada de los españoles, con la diferencia que este se puede y debe preparar, disponer, construir y desarrollar. 

El túnel de Agua Negra es, por eso, un símbolo. Muestra que la cordillera une, no separa. Manifiesta que detrás de un obstáculo hay un nuevo horizonte. Reconoce que siempre hay caminos nuevos por descubrir y manos desconocidas por estrechar. Expresa que el temor de entrar en la oscuridad para amanecer a una luz inédita es parte de la vida que alienta desde lo logrado y no ya desde lo destruido. 

Una ruta que una los océanos también es un símbolo novedoso que nos pone en una red cultural, comercial, turística y productiva ignorada. Si la esperanza histórica fue mirar hacia el sur por la ruta 40 o al este por la 20, ahora incluirá empuñar el paso internacional por la 150, del Pacífico al Atlántico y viceversa, transformando los valles del norte sanjuanino de último eslabón a nodo de intercambio cosmopolita.

Esta semana tal vez fue sólo un acto protocolar. O, tal vez, fue un acto de agradecimiento a fundadores y pioneros por la historia transcurrida. La nueva, que queremos refundar, depende de nosotros.

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